A él tal vez le gustaba ser como yo:
Algo borracho, embebiéndose continuamente en todo lo
que hacía, de aquí para allá.
Y quedaba ensimismado; aquello le conducía a otros
lugares, a otros pasados.
No podía olvidarlos, quisiera dejar aquella pesadilla,
pero sólo estaba él en la habitación.
-
¿Te acuerdas de aquellos días al calor de las palabras?. Nunca podrás sentirte
solo.
-
Si, claro que lo recuerdo. No lo podré olvidar. Además, siempre lo llevo
conmigo, en cada paso, en cada mirada. Queda su sombra en cada huella. Conmigo
él sabe que siempre existirá alguien a quien le gusta oír sus viejas aventuras.
-
¿Quién eres tú?. La sombra de mis manos en las paredes quiere sentir tu belleza.
-
No sé. Soy tú mismo. Inventando historias, como tanto te gustaba. No un payaso
aburrido que vaga siempre a donde quiera que va. Soy ese rostro que siempre te
encontraba, esa sombra que te seguía, siempre supe que te iba a encontrar.
Era él, sin duda, cómo hubiera podido
olvidarse de todo aquel ayer. Lo poseía, lo llevaba arraigado en la sangre.
Siempre sabía a dónde viajar. Cruzaba bosques, caminos, no estaba lejos. Detrás
de cada monte emanaban de su corazón partículas de esperanza. Entre todas
formaban a sus pies una inmensa alfombra donde iba a discurrir su paisaje.
-¿Te acuerdas?. Eramos nosotros dos. Solos tú y yo. Me
gustaría descorrer tantas cosas del pasado como tú. Me gustaría lograr todo eso
que siempre fue una ilusión.
- Ahora estoy solo. Todo es mío. No, no me hagas
vacilar.
Era él. La habitación no sabía de qué hablarle.
Había quedado muda. Sólo admiraba su entorno.
-
Yo te diría todo eso que siempre estuve enseñando.
Ahora tú has llegado a
ser mis oídos y toda mi voluntad. Ya sabes que es este ambiente, siempre me lo
querías recordar.
- Adelante!. Mañana está con nosotros. Como
siempre, ya es otro. Yo no seré igual.
Era todo un revoltijo de ideas. Pero a él
le gustaba. Siempre había sido lo que más le llamaba la atención. Y aquella
sala le permitía combinar todos sus colores tan agradables, todos aquellos
pensamientos tan variados que hubiesen surgido para inventar. Allí se había
liberado el duende siempre oculto de sus labios, el misterio abstracto de sus
sentimientos.
Aquellas paredes no estaban solas. El
había construido sobre la fantasía todo el conjunto de sus momentos para
descansar. Y se entretenía con ellos.
No, aquellas paredes no estaban vacías.
Siempre había soñado encontrarse allí, dar vueltas, intentar ver la realidad
del mismo modo que la veía él.
- ¿Qué más puedo decirte?.
- Calla!. Sigue pensando.
- Ahora veo claros unos sentimientos tan silenciosos,
ahora me parecen vivos, quisiera darles la libertad, porque siento que todos
los días me harían falta.
¿Sabes?, me gusta hablar contigo, aunque sepa
que no existes. Creo que todo tiene significado en la vida si se vive en todo
su amor.
Algo le decía que allí había alguien más.
Aunque ya estuvieran las paredes enmohecidas por el vapor de aquel cuarto. No
oía pisadas, por interiores y silenciosas que fueran, pero él sentía su
presencia, incluso podía sentir cada uno de sus movimientos.
Y había empezado ya a imaginarse a aquel
espíritu sin rostro ni aliento, aquellas palabras que no estaban escritas en
ninguna parte pero que él sentía como suyas.
Era bueno hacerse amigo de la soledad; bueno
y tal vez apasionante para adentrarse en la vida. No conocía el rencor ni
tampoco era igual siempre. Y aunque él si lo fuese, sentía que tenía mucho que
aprender de ella.
La habitación ya había encontrado su
compañía. Tal vez sería aquélla la voz que siempre había oído hablar en sueños.
Yo era un hombre más. A veces me resultaba
extraño. Pero me doy cuenta que vine solo, que llegué solo. Había caminado con
un paso lento y vacilante durante mucho tiempo, largas temporadas sin fin y me
había encontrado al final con la tierra y en barro.
Este era el punto de encuentro. Ni yo mismo
sabía cómo ni porqué, pero mis pasos habían estado encadenados.
-¿Qué hago?-
me preguntaba siempre. O más bien, ¿qué hacemos?
Y era una
pregunta que ahondaba cada vez más en mi mente.
- Mira a tu alrededor, ¿qué
ves?.
-Nada-
respondía él mirando hacia el suelo.
- Al contrario: todo.
Sólo quiero que enciendas tus ojos de una vez. Hay luz y un cielo, hay una
realidad.
- Ya
sé quién eres. Ya sé de dónde has venido y por qué me dices todo esto. Aunque
no tienes nombre, te quedaría eternamente agradecido si me dejaras darte uno.
Sólo entre tú y yo.
La paloma regresaba de su viaje por otros
países. Y él se sentaba. No podía pensar.
- ¿Qué diría
el aire si me viese llorar en estos momentos?. No entiendo por qué una ilusión
ya concebida puede llegar a consumir su propia alegría. Que pase, ya no tiene
nada nuevo que dejarme. Sé que ha sido él quien ha llegado.
- Recuerda la paloma. Tú viste que pasó y se llevó consigo la ola de
silencio. Ella sabe que su presencia ha de darle más belleza a tu futuro.
-¿Qué me traes?- le pregunto. ¿Qué me dices de
todo un tiempo embarcado en un sueño?.¿Vienes sola?. Estaba un poco atemorizado
por que no vinieses. Mira!, hay muchas ilusiones conmigo. Ya podemos cambiar.
Me dejarás tu esperanza en cada retorno. No puedo callarme...
La paloma le
miraba fijamente. Sus ojos se abrían asombrados, cálidos y un poco adormecidos
también. Y él comprendía en esos momentos cómo era todo su alrededor. Aquel
pobre charlatán sin rumbo, sin conocer el sabor de un nuevo día, sólo
saboreando aquello que podía encontrar en cada uno, miraba hacia el suelo.
Quería tomar
un poco de aire sólamente. Y el suelo le parecía una vasta llanura inmóvil,
pero era quien le ofrecía siempre aquel aire para respirar.
La
paloma era un poco como él. Y había encontrado un hermoso paisaje que siempre
se dispersaba a sus pies y que combinaba cuanto ella iba depositando sobre las
aguas de sus riachuelos y en las dulces copas de los árboles.
Todos le veían pasar, cada mañana me traía una
semilla del amanecer. Siempre volaba, siempre el día se hacía su camino; él
sabía que si en la madrugada dejaba mezclarse la sombra, ella tendría que dejar
de volar y yo que cerrar los ojos.
No, ¿por qué?;
si a ella le gustaba mantenerse siempre despierta. Sentía la vida deslizarse
continuamente por sus suaves mejillas. Se sentía sembradora y yo le miraba así;
sólo una voz tan maravillosa conocía la plenitud.
- Ven!, la paloma te trajo el don que tanto habías soñado.
-¿Por
qué quieres que me despierte?. Fuiste tú quien se lo habías pedido. Yo sólo me
alimento de esa melodía que a veces te hace sonreír.
Ya
ves, no falta nada. No me extrañaría que a lo largo del caudal de nuestros
sueños, recordara qué fue lo que vino a buscar este cansado errante entre
nosotros, en la claridad que llena su corazón. Y hasta puede que llegase a
sentir un relativo placer al aspirar el aroma que sus sentimientos dejan en el
aire, como estela de lo que es una esperanza.
Ya
suena junto a él; ellos dos saben que una mirada agradable siempre puede estar
dispuesta a llenarse de luz.
Y
no sólo extenderá ese mensaje que guarda en su alma, sino que comprenderá
también que vino a este mundo a recoger las semillas que transporten los
diminutos copos por el aire.
Cada
uno corre. Nosotros sabemos que ahora serás tú quien vuele a su encuentro. Te
cruzarás con él, sin estrellarte, y a la vez pronunciaréis vuestros nombres. Ya
no hará falta que yo vuelva a gritar.
-¿Cómo
tú por aquí?.
- Ya ves.
Y
se irán. Más tarde regresarán para ser uno sólo. La paloma ya les vio hablar
entre ellos. Y aquella habitación estaba compuesta por todo cuanto que hubieran
podido contarse uno al otro.
-
Me gustaría saber por qué pensaste todo eso. En la vida no estoy sólo yo.
Era
aquel cuarto quien le daba calor, era todo aquello que había podido conseguir
con el tiempo. Había muchas figuras diferentes disolviéndose en una sola.
No
entendía qué era aquello, se sentía tan aprisionado, que lo que pudiese haber
sucedido ya parecía predispuesto a llagar hasta él.
Y
cada vez, como entreteniéndose, dirigía su mirada hacia aquella paloma. Tan
bella... le había traído noticias de la soledad. Ya estaba lejos, pero estoy
seguro que mucho le gustaría tenerla cerca de él en aquellos momentos.
-¿Cómo
puede ser todo así?- se preguntaba.
- No sé qué
responderte. Pero ya comprenderás que para hacerlo no hace falta una respuesta.
Tú ya le estás extrayendo todo el jugo a una vida.
¿Cómo
podría hacerlo?. El sabía que se encontraba en un periodo de transformación.
Tenía que esperar pues, y a su lado todos aquellos instantes felices. En verdad
ya conocía esa esperanza, había tenido que esperar otras muchas veces y no le
sería aquél un rival muy duro.
- Déjame pensar
que lo hiciste por mí. Y que esa melodía que brote de tus labios pueda ser el
cauce que me una más a tu entorno.
-
Volvemos a encontrarnos frente a frente. No, esta habitación no cuenta, hay
muchas realidades que no saben hablar todavía, aunque pueda llegar a turbarse
su pensamiento en ciertos instantes. Ella no te conoce, un día partirá hacia
otros lugares lejanos, sólo querría recordar qué fue lo que me dijo hoy.
Hay mucha fuerza oculta entre las habitaciones y las paredes de nuestra réplica.
ResponderEliminarLas fuerzas ocultas que hay fuera son una prolongación-manifestación de las que tenemos dentro. Pero no me puedes negar qu puroe si así fuera ¿no podríamos ser nosotros mismos?, una manera de salir de nosotros y verlo todo más limpio, más. no son pues muchas fuerzas, son una sola, una vida: la mujer (Alguien me dijo que la mujer era la vida, la naturaleza)
ResponderEliminarTe mintió. La mujer es la muerte de lo natural y el maquillaje del agravio.
ResponderEliminarVeremos en la mujer lo que cada uno sentimos dentro. Es misteriosa y enigmática, pero también es clara. Quizás sea su misterio, que puede transformarse. Hay, como dices, dos tipos de mujeres: yo me quedo con las diáfanas porque con las que quiero sentir, pero te entiendo, también hay las camaleónicas, porque yo me he rozado con ellas. Pero a pesar de que las hay, no debo de buscar en la mujer la sencillez
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