Los silencios se
agotaron, de pronto abrí una puerta,
¡ahí estaban ellas!
dos soledades amándose sin ninguna explicación
ni sentimentalismo, manejados
por el instinto
y las ganas de
acompañasen en un sólo mundo.
Nada importaba,
ignotas o conocidas,
simplemente no
estaban deshabitadas,
la efusión se hacía
presente,
no había lugar a
principios ni moralismos.
Los cristales se han
roto,
la embriaguez llegó a
su auge,
hasta terminar en el
agotamiento.
Y simplemente las
soledades se dan la espalda en espera
de un nuevo,
amanecer.
Al final no logran
llenar los vacíos,
sus vidas se tornan
en la secuencia
de los vicios
nocturnos, solubles, exquisitos, pasajeros,
grotescos, esos que
sólo traen con ellos más soledades
inciertas.