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Con estas palabras os doy la bienvenida y mi mayor agradecimiento a vosotros que sois los que hacéis posible que este blog se mantenga activo y vaya renovándolo cada poco tiempo. Mi deseo es que el contenido de este blog os aporte diferentes emociones y sentimientos. Un abrazo cariñoso también a todos los que estáis ahí y formáis parte de esta poesía y a todos los que quieren también formar parte de ella, a las nuevas incorporaciones: un abrazo de bienvenida a todos ellos



martes, 23 de agosto de 2011

Hacía las cosas de casa, escribía


tal vez había días en que no salía, pero la principal razón por la que estaba así, no pasaba del todo, pero lo podía hacer, serían menos las dificultades, la principal razón era el inútil, el baboso, tú lo más que dijiste a veces fue inútil, pero dicho por ti me afectaba más. Además, no comprendía por qué escribir era perder el tiempo. Puede que fuese porque yo debía trabajar un poco más que los demás, ¿por qué no hablaste conmigo?, o porque querías enseñarme algo, ¿lo qué?. Sólo sé que muchas veces decía que tenía que guardar las cartas o lo que quisiera escribir para la mañana, porque me molestaba cómo os poníais cuando me lo veíais hacer. Y decía: No. Eso no os importa. ¿Por qué os va a importar lo que pienso yo?. Seguramente pensáis que yo soy como vosotros, cuando pequeños, ¿por qué entonces me convencisteis de que era y me había vuelto un niño?, ¿diez o más años menos?. Cuando hablaba con cualquiera, una de las palabras que consideraba más ciertas eran las tuyas. Y echaba siempre mano de ellas. Me gustaba estar a su sombra. Y me acostumbré a esa faceta y mis poemas se desviaron conmigo. Ya no sabía si era adulto, niño o viejo. Por una parte me sentía ya cansado de la vida. No le tenía miedo a la muerte. Pensaba que si algún día me encontraba en peligro de muerte, la acogería con mucha tranquilidad. Pero también me sentía muy niño, porque era lo que oía, porque era como reaccionaba.
Me gustaba ver que alguien hablase conmigo feliz y me volvía loco para hacerlo. Sin darme cuenta yo, aunque fuese sólo una palabra, a eso le llamaban hacer el tonto. "Si, filliño", siempre recordaba lo mismo. O decirle a mi madre cualquier cosa, que me hubiera pasado o hubiera inventado, cosas para hacerle sonreír. Te decía: "Mira los gatos", hacía algo curioso.
Pero lo hacía sólo para ti, para seguir viéndote tranquila. O verte sonreír. O, simplemente, alegre. Si hubiese podido decírtelo. Ahora se estaba alejando esa probabilidad. Claro que tenía una cara de asesino cuando estabas sentado a la mesa y, sin estar papá, te enfadabas porque había que echar los perros o cerrar el sótano. Siempre quería saber si todas esas riñas que hacía contra mí mismo, o esos comentarios, si, muchos eran sarcásticos- eran o no necesarios. Y siempre las indirectas. "Sería mejor…", "Habría que ir a buscar…".
Muchas veces, a lo mejor limpiando el sótano, me decías: "Lleva este bidón que está lleno de agua, pero vacíalo un poco en ese cubo". Y lo vaciaba un poco. Pero un poco y quería llevarlo menos pero casi lleno. Tú me chillabas: No. Vacíalo más porque así no puedes. Vacíalo un poco más. Yo lo vaciaba pero cuando salía a vaciar el agua a la hierba me decía: Ahora nunca sabré si podía o no vaciarlo como yo quería. Cuando riego, lleno el cubo más aún y recorro más espacio. Y a veces no vacío nada por el camino, o poco, pero ahora ya no sabré si podía o no hacerlo. En aquel momento estaba convencido que si. Teníais muchas formas de lanzar las indirectas. Cuando marchabas a Ramallosa y, tal vez, decías una, al mediodía encontrabas que no la había hecho. Cuando la hacía, bastantes veces ni te fijabas en ella y no me decías nada y, si no la hacía, había podido ser porque no te había entendido o, entre otras cosas, no me había dado tiempo. Pero siempre esperaba que me preguntases algo. No, tú decías que esperaba que te marchases para sentar el culo. Y no era verdad. No sabía contestarles. Poco a poco fui aprendiendo.

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