eso de que haya bajado del fallado a buscar agua en la
botella porque me estuvo llamando y yo no le oía porque estaba en los conejos,
dándoles unas ramas que había cogido de cuando fuí a llevarle la tijera grande
de podar a Quico, pero eso de que haya bajado no le da derecho a decir: “Ya
estaba escribiendo poesías en otro lado”. Al contrario, cuando le oí me
disponía a entrar en casa y me apresuré en dirigirme al fallado, pero ya era
tarde.
Cuando
se puso así, pensé: Eso es lo que le gusta pensar. Y creo que estas palabras
también tienen un poco de razón. Me parece que fue en la Junquera cuando me
encontré con Isabel y le dije: Voy a limpiar de hierbas los pimientos. Me
respondió: “Yo si fuera tú tendría aquello cuidadito”. Ahora que empecé a
hacerlo. Limpié ayer las remolachas. Ahora, ya regué el sembrado, la tira de la
puerta, cogí cinco bolsas de manzanas, son las doce y voy a subir a escribir.
Las camas quiero que les dé el aire, como siempre me dice. Y, al final, tengo
miedo. Pero me importa un rábano.
Cuando
estaba arriba, me acababa de sentar, me dijo: “Llama a Quico, que guarde todo
porque tiene que bajar a Ramallosa. No lo oí mal, me ayudaba el hacerlo yo
antes que ella. Bajé y desde la puerta le llamé al seto de afuera.
Me
habló otra vez y, como no le entendí, subí al fallado. Me dijo: Vete afuera, da
la vuelta y no hables a gritos. Eso ya me enfadó. Me decía: Ya sé por qué lo
hace. Y cuando Quico me preguntó: “¿por qué no me lo dices desde ahí?”, yo le
respondí: no quiere. Me parece que la razón principal por la que hay problemas
que no te cuento, es porque prefiero escribir a máquina, y ya sabes por qué es.
Ana, cada vez me repite más las palabras tuyas, porque me quiero convencer de
que son verdad, pero ya ves. Esta mañana me dije: Bueno, voy a regar los
tomates y así riego el kiwi. Me quiero decir que hago bien obrando de esta
manera porque así le ayudo a mi madre y hago algo que le gusta para después
escribir a máquina sabiendo que ella queda un poco más alegre. Así espero a que
salga el sol para poder escribir. Y regué los tomates procurando que tuvieran
todos. ¿”Meaditas”, como dice ella?. Cierto es que mi mayor preocupación es que
salga mucha por fuera. Después de los tomates y el kiwi, las manzanas quedan
para cuando las riegue propiamente. Me cansé. No quiero regar más. Lo demás
para otro día, como dijo Isabel. Pero todavía no daba el sol. Haré cualquier
cosa, entras al baño o hacer las camas. No, las camas no, tienen que ventilar.
Pero, espera un momento, ¿qué te cuesta regar lo del pozo?. Tienes allí la
manga y aquello necesita agua, vamos a regarlo.
Y
fui. Regué a ambos lados de la cuesta. El otro día les eché agua. Ya van poco a
poco. Un día les haré una especie de agujero, para retenerla. El agua resbala,
pero me parece que no se irá del todo, porque recuerdo flores en la parte de
debajo de la casa que una noche estaban casi marchitas, les eché agua y al día
siguiente estaban jubilosas y frescas. Lo que procuraba que no ocurriese era
que el agua saliese al camino, se perdía. Y unos círculos que estaban rodeados
de piedras, que el agua no saliese mucho de allí. Había un ramaje de dalias
rojas en cada lado de donde empieza la cuesta, pero aunque todas o casi todas las
veces las regaba, no asomaba ninguna flor. Tal vez es fe, decía. En el que está
al otro lado de la entrada tampoco tenía, pero yo regaba y regaba porque tenía
que haber. Y al final salió una. Tal vez sea eso. Bueno, le pongo la manguera y
la dejo un rato, me entretengo en otro sitio. Cuando ya había regado un rato,
me dije: “Bueno, a subir”.
No
respondí al momento: Bueno, si, pero ahora que estamos aquí, podemos regar las
de frente a la cocina. Están secas algunas y hace falta fe. Fui allí y regué.
Eché en varias, en todas y hasta utilicé el cubo para hacer tiempo y que regase
un poco más. Después creo que apagué el agua y estaba allí cuando los cubos.
Mamá se asomó a la ventana de la cocina, y creo que me dijo algo así como que
encendiera el grifo para regar esas flores. Un poco disgustado, porque había
regado aquello por ella, en parte porque me enfadaba verla así, le contesté que
las había estado regando. “No tienen nada de agua. La tierra está seca”, me
gritó. Creo que ahí empecé a ponerme de malhumor. Porque podía habérmelo dicho
de otra forma, diciendo que echase un poco más. No, tuvo que decir eso de que
no había echado nada. No sé si contesté mal, supongo que malhumorado como
estaba, debí decir eso de “a ti te gusta pensar así”, aunque no creo que lo
oyera. Debió ser ese disgustarme viendo que estaba en el error. Siempre
terminas moviéndome eso que me dijo el cura de que si veo que está en un error,
hacérselo reconocer. Eso aquel momento, era sólo el pensamiento de fondo,
porque la realidad no era ésa. “Ven, que te voy a partir la cara, por
contestar”. Ya no sé continuar, sólo regué, salió y me dijo que había allí dos
flores que habían empezado a brotar y no tenían. No me había fijado en ellas.
Tal vez porque yo me había preocupado más por aquéllas que tenían flores secas.
A ésas eran las únicas que no tenían. Pero no fue sólo aquello aquel momento,
no había regado nada. Y me enfurecí. No debo de pensar mandarle a la mierda. Y
hoy hubo otra riña. Era por la mañana. La única tienda donde suelo decir que me
separen lo que yo debo para pagarlo después, no cargar en la cuenta de ella, ya
me valieron los primeros días en que decía: ¡Arre con los bolígrafos!. Sólo en
Chicha había dejado. En las otras tiendas no quería. Creo que por una parte me
daba miedo a lo que pudiesen decir, sólo porque no sabía qué sería eso, y por
otra mi madre no tiene ninguna cuenta. Además, podía olvidarme. Sólo recuerdo
una vez que, en la de la carretera, dejé a deber un duro, creo que de la
libretita que compré. Lo pagué al siguiente día que fui.
Ayer necesitaba hojas. Creo que el ir
a decirle: “Voy a hacer esto o lo otro”, le molesta. Es diálogo, si, pero se lo
digo porque lo principal es el dinero. Y ella no tiene. Lo de las hojas se lo
dije. Fui a la tienda y le dije que se lo pagaría otro día, pero no tenía. Hoy
me preguntó si tenía dinero para ellas y le dije que no. Pues de ahí vino la
riña.
“Todos
me llaman el tontito. Y eso me duele. Tenía ganas de decirle que también me lo
llamaba, sobre todo inútil, pero no quise”. Yo le debo las doscientas del maíz
(le dije de dónde habían salido). Y me marché a Ramallosa disgustado. Me hace
dudar de mi razón. Tal vez lo hable con Quico. Cuando subí de Ramallosa le
intenté hablar un poco, para que olvidase. Se mostró un poco enfadada todavía
en la primera respuesta, pero le dije que había unos pimientos en el suelo y me
contestó que los metiera. Les di pan a los animales y subí a escribir. Parece
ser que salió y los perros fueron detrás. Después entró por la principal y
dijo: Y el otro (o mi nombre, no me acuerdo) se encerró arriba y los perros
salieron y no les llamó.
Me
enfurece, pero seguí escribiendo. Después me llamó. Yo bajé. Me hablaba por la
ventana.: “Eso lo tenías que haber hecho desde el principio”. Tuve que subir a
bajarle un cubo. Ayer lo había yo subido lleno para regar. Me dije que después
subiría otro, pero no lo había hecho. “Algo se interfirió. No sé qué”. fui a
vaciar agua del pescado y me dijo que a Blas habían estado a punto de
atropellarle. En la carretera. Y yo escribiendo. Le quise decir que cuando
salgo yo, Sulote va conmigo y yo le llevo. Blas le hace más caso a ella que a
mí.
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