Entre las flores de la madrugada…
un beso,
como un duende despertando las penas de la tarde,
como un jilguero jubiloso y feliz,
como el coro de los recuerdos.
Un arroyo de ternura
rompe la brusquedad del solitario filo.
Un beso… y una felicidad
de nuevo en los campos,
arrollando el dolor
entre los deseos blancos,
se levanta floreciente y esplendorosa.
Como un sueño que florece entre los soles
de un jardín claro y fugaz.
La alegría despierta de su lecho aletargado
en un deslumbramiento de resplandor;
ese fulgor dormido bajo las raíles de unos labios
que se abren al vendaval
para acoger una fantasía.
Un beso es como un salto al más allá,
un recuerdo frágil de pelo moreno,
un torrente.
Mueren los sollozos, mueren las lágrimas…
muere la tristeza;
y surge el tallo del resplandor,
la primavera brillante y lúcida.
Un nítido beso,
un largo atardecer en el lóbrego crepúsculo
y en su callado despertar.
Un beso blanco
que cierra la muerte.
-1982-