Ya entraron las amiguitas de Mariora. Tengo que
salir. Bueno, guardaré los bichos. No me parece que seas tú, Padre, no es tu
estilo. Pero déjame seguir hablando contigo cuando quiera. Es que si no sé una
palabra, no quedo contento. Entré en la cocina y le oí hablar. No sabía que
fuese conmigo, ni le escuche: ¿Por qué no quisiste oír?. Era meter las sillas.
No quisiste oír. “¡Bah!, él qué sabrá”. Quiso rematarla. Quiero bañarme. Pero
estoy esperando por si alguno quiere entrar en el baño. Y me fijé que no
entraran. Entonces por si quiere Mariora que le abra el portal a ellas, pero me
voy a cansar. Tanto le cuidaba a Mariora a veces que le veía entrar, o
levantándome sólo para ella y mi padre, o bajando al fallado, para esto. ¡Qué
indiferente parece algunas veces la vida!. “Es tu obligación”, dicen. Pero
otras veces, como hoy, me quiero quedar en cama y nadie dice nada. Son todos
contra mí, nunca llegaré a entenderlo.
Aquí está el libro de la Adoración Nocturna de
Quico. Y digo yo: ir a la adoración con buenos propósitos con las ganas de
encontrar más y mi padre ¿para qué?. Yo iba todos los días con él a Vigo y no
pasaba nada. Me imagino, preguntándole a Antonio: ¿es que todo eso que hago por
ellos no tiene sentido?. Supongo que sí. ¿Entonces, es verdad, como tengo oído
por ahí, que cada casa es un mundo?. Me dirá que también. ¿Y mi casa?. ¿Tiene
sentido el ser así?. ¿Qué mundo es éste?. Entonces me parece que saben a cuento
las palabras de la hermana Lourdes: “Espera, tranquilo”. Me pregunto yo qué es
esa tranquilidad.
Dijo ella: “¿A ver quién toma los macarrones?”.
Ay, si no toma él tomo yo, dijo Quico. A mí me da igual. Estuve dudando de si
decir o no buenas noches. Al final lo dije. Fui a lavarme los dientes. Entonces
salió alguien que no vi. Seguro que sería él para vigilar. Después volvió: era
él. Salió alguien y guardé todo. Pero era Malena. Apareció Quico y me dijo:
“Mete los perros en el sótano2. Ya me había lavado los pies y no me daba tiempo
a poner los calcetines. Lo hago por las sábanas. Pero fui con las sandalias. Al
cuerno. A lo mejor cuando venga mamá y Mariora le diga lo del pollo, yo le diré
lo de anotarlo a la mañana y ella me preguntará: “¿Y por qué no me lo dijiste
entonces?”.
Si un día me preguntan ¿cómo les quisiste?, no
sabré qué contestar. Tal vez no haya respuesta. Iba a escribir a máquina, pero
voy a hablar antes contigo. Ya me arreglaron la bici. Me encontré con Isabel y
me espera un besito para el día de mi cumpleaños. También le dije lo de la
caída, pero tanto ella como Conchita y supongo que Paco y Carlos, me van a
guardar el secreto para no alterar a mamá cuando llegue contenta. Ayer sé que
alguien, no sé quién, me puso un mal gesto que me entristeció. Pensé que había
sido Carlos, no, fue Carmen. Nunca sabré por qué a don Ramón le gusta hablar de
las chicas, bueno, a todos los que se van haciendo así. El gesto de Carmen,
aunque no le gusta mucho, no era ése. Era como de “ya está otra vez”, “el
pesado”, me va a hacer pasar de ella y me duele el hacerlo.
Grabé la mitad de una cinta y ya tengo
cuatro de ésas. El caso es que ya no puedo hacerlo. Bueno, no pienses en eso.
Di la verdad, di que estás triste. Di que esperabas otro tipo de convivencia.
Si, es verdad, lo de ayer fastidió el hilo. Quico no tenía que haber hecho lo
de ayer, estaba en cama y se asomó a la puerta. “¿Guardaste todo?. ¿Y el
pato?2. Al rato me dijo que andaba suelto, pero yo cogí que lo decía por esa
imbecilidad común en esta casa y se fue. Si lo había hecho, ahora parece como
si estuviera más pendiente de ella. Por la mañana estaba suelto. Tal vez empujó
la puerta. Ahora falta ver lo que dice él. Si me quitan la confianza, creo que
pierdo algo principal. Voy a ver si pongo las patatas. Pelé cinco. Le entendí
cinco. Llegó Quico y eran seis. “¿Cuántas patatas te dije?”. Tres veces lo dijo
y terminó: “Pues pelas una más y la echas”. Y yo me pregunto: ¿por qué? si hay
solución. Está bien, me equivoqué. ¿Cuántas veces crees que bastan para que lo
entienda?: ¿Quieres que me lo meta hasta el culo?.
Mañana es el día del Pilar, menos mal. Si no
hay misa, al menos habrá baile. Muchas veces me digo: Me estáis distanciando de
la casa. Si todo lo que hago no tiene sentido, entonces ¿para qué?. Necesito
más una palabra de ánimo. ¿Y ahora qué?. Voy a escribir arriba. Claro que subí.
Lo primero que me enfureció fue el sentir también a Quico arriba. “¿Quién cuida
las patatas?. ¿Qué hay que hacer cuando la nata sale por fuera?. ¿Quién cuida
la espuma?2. Al salir yo, le dije: Ahora, calla. No sé si me oyó. ¿Y qué
importaría?. A la primera pregunta, le respondí: ¿Hay que cuidarlas?.
Tenía en la mente el estar un poco a rriba y
luego bajar. Bueno, no. No sé, no lo tenía en la mente, no. Pero se podía
hacer, ¿no?. Entra él en la cocina y lo primero que hace es tragarse un poco de
gaseosa. No son tan pronto que las patatas hacen espuma. Cuando hiervo la leche
suelo escribir algo, y no pasa nada. Me da miedo hasta que me vean hablar
contigo. No quiero que un día te conozcan. No van a saber cómo interpretarlo.
¿Viste?. Ahora fui a buscarle al baño. ¿Cuándo
se apagan?. ¿Y cómo se sabe cuándo están cocidas?. Siempre estoy hecho un lío.
Le canso la paciencia a todos. Jo, no sé qué será de mí. Si, ya sé que estás tú
conmigo. Que no me abandonarás. Que tengo que seguir esperando. Pero ya ves,
dicen que me margino. Me da pena por Ana. Cómo le respondo. No soy digno. Antes
también me dijo “que saques un trozo y lo pruebes” y no lo entendí. ¿En seis
patatas, eso?. Ahora me lo dijo otra vez. Le había dicho que no estaban
muy duras. Lo hice, aunque no estoy de acuerdo. Pero si son para hacer puré,
como le oí a Mariora, bueno. Siempre que me pongo a escribir donde sea, me da
miedo solamente una puerta que se abre. Siento que Quico se está alejando, va
por tiempos, no comprendo que se pueda ir así. Voy a escribir, aunque me parece
que la máquina hace un ruido raro al teclear. Pienso que también va por
tiempos. Y yo le cierro el portal, pero ella no le da sentido. Y ahora llega mi
cumpleaños y van a decir que me quieres. Me da pena por ellos.
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