Yo no comprendo lo que pasó. Mariora ayer me mandó apuntar dos pollos, el correo y una tercera cosa. Y se los traje. Pero le dije a Manolito: Dos pollos y viene el sábado a pagarte esto y lo de ayer. Pero eran dos pollos para subir el sábado. Jo, cómo se puso. Tenía razón mamá al llamarte inútil. Lo eres. Para eso lo apuntas. Pero ni así. Cuándo te darás cuenta de lo inútil que eres. Otro día ni te muevas. No vales para nada.
No sabía qué decir. Llegó mi padre. Inútil, que
eres inútil. Con eso que hace siempre de acercar su cara a la mía. Inútil. Y me
pegó un puñetazo en la boca. Me quedé sin habla. Yo, con lo fácil que hubiera
sido no ponerse así y guardar el pollo en la nevera. “Un rato después”, me
dijo. Incluso ahora, alguien fue a la puerta principal y quedó allí un rato. Yo
guardé todo. La libreta bajo la carpeta sobre la mesa, e iba a destapar la
máquina. Ya se fue. Cuando lo guardé en la nevera, cogí la cacerola donde había
sólo un poco de leche para hacer sitio, cayó un poco, como nadie lo vio puse
tres hojas de periódico encima y lo corrí con el pie hacia donde están los
demás para que limpiase, después fui a buscar la fregona, pero llegué tarde. No
la encontré y mi padre vio la leche. No había secado. Me senté a la mesa y
comí. Cuando iba a cortar pan, cogí también un cuchillo. Mi padre ya estaba
otra vez. Me lo cortó Quico y, al darme el trozo, yo le dije: Gracias. De bajo,
estaba llorando. Yo no comprendo cómo en un minuto se me puede poner así y al
rato siguiente, cuatro minutos escasos, estar hablando conmigo. Hablar,
Mariora, porque él no decía nada. Estoy volviendo a lo que era antes. Ayúdame.
Iba a salir de la cocina, a lavarme las manos para poner la mesa, y me
preguntó: “¿a dónde vas?”. No fue eso lo malo, lo malo es que no me conocían. Y
que hablen conmigo como si tal cosa, sin darse cuenta del daño, quedó algo
atrás.
Ayúdame, porque nadie me lo va a querer
restablecer. No sé si sería mejor que me viesen el rasguño y que no pasara
nada. Cuando Mariora estaba así y él también, yo me acordé de un detalle: Ayer me
lo dijo y yo anoté en un papel: Dos pollos, el correo y la tercera cosa, pero
iba a poner al lado de los pollos qué había que hacer, pero ella me dijo: “Ya
mañana le dejo una nota”. Y se fue. Y ahora fue corriendo a casa de la tía
Maruja. Me duele un poco la cabeza. Fui y vine corriendo. Al ir paré dos o tres
segundos y seguí, creo que fueron dos en cada viaje. No sé qué deporte hay en
la tele en color. Ir no pienso ir. Voy a subir la libreta y escribir el poema y
el que me quedó al llegar ellos. Llegaron unas amigas de ella. ¡Bah!, no, voy a
terminar la libreta que me queda poco. Nunca tengo ganas de que me arregle para
que vengan visitas.
La camisa que tiene sólo el bolsillo, medio
abierta, el pantalón vaquero, y debo oler mal, después de correr hasta la casa
de la tía.
Y ahora peor, más pena. Me dijo Mariora que bajase
tres gaseosas y las cogí: tres y un bote. Me crucé con mi padre y yo me alegré
porque él siempre decía de una en una, y bajaba tres. Había junto a las
escaleras, en el lado opuesto, un mueble con unas botellas almacenadas y allí
había en el suelo un montón de botellas vacías. Las dejaban todos. Al fondo
había botes. Estaban arreglados los dos sitios. Y yo dejé el bote junto a las
botellas. Y coloqué las de gaseosa vacías. “¿Es ese el sitio?”. Me preguntó. Y
zas!, un tortazón en la cara. Lo arreglé yo, ¿sabes?. “Y vete a los botes
verás”. Allí, delante de él, me dio más pena. Porque eso no soy yo sólo. Ahora
ya está hecho.
Padre, ayúdame. Sé que estoy contigo. Ayúdame a
saber esperar. Bueno, a esperar y a poder escribir cuando me encuentre mal.
Subí la libreta y voy a escribir. La tenía en el cajón de la ropa, y ya me iba
a enfadar buscándola, pues me sentía muy mal. Olvida lo del tortazo, no está
bien que se nuble la llegada de mamá por eso. Es un bestia, cada vez me da más
pena, el hijo que soy y el que puede ser sólo si hubiera una palabra más entre
nosotros. Manolo vino a hablar con él en los toros. El otro día me dijo que
podía venir cualquier día y me dijo que viniese por la tarde. Vino ayer y me
dijo Manolo que hoy también le había dicho. Tal vez algo de su furia fue el no
haberlo podido ver. En aquel momento llegó a darme vergüenza. Me quise cagar en
alguien y el primero que salió fue su padre, pero no porque son los abuelos y
ya deben pasarlo bastante mal. No voy a escribir, se me va a estropear la
vista.
Voy a cogerle hierba o verdura a los conejos.
Quise salir por la terraza. No, que está lloviendo. Por el sótano. Oigo
golpes. Mi padre. No. Me planteé imaginariamente el que todo esto acabe y le
pueda preguntar a Mariora: ¿Viste lo que lograste?. Perdona. Yo le diría.
¡Bah!, para uno que varias veces estuvo a punto de matarse queriendo morir, su
único placer es escribir y a quien muchas veces le da igual la vida, es normal.
Pero no sucede y esto puede volverse a repetir. Me pregunto qué pensaría ella
cuando papá me estaba pegando. ¡Que tienes 22 años. Ya eres un hombre!.
Narices. ¿Para qué?. ¿Es normal lo que hacéis vosotros?. No voy a poder
desterrar de mí este miedo. Y me da lástima.
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