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Con estas palabras os doy la bienvenida y mi mayor agradecimiento a vosotros que sois los que hacéis posible que este blog se mantenga activo y vaya renovándolo cada poco tiempo. Mi deseo es que el contenido de este blog os aporte diferentes emociones y sentimientos. Un abrazo cariñoso también a todos los que estáis ahí y formáis parte de esta poesía y a todos los que quieren también formar parte de ella, a las nuevas incorporaciones: un abrazo de bienvenida a todos ellos



martes, 6 de septiembre de 2011

Un día sé que entre gritos


 le dije que podía preguntarme por qué era de esta forma, pero estando solos. Entonces me dijo, ahora estamos solos en la cocina, siéntate y dímelo. Pero era yo el que no estaba en calma en esos instantes, y tenía miedo. No era del todo miedo, creo que era más temor a cómo reaccionase ella. Era verdad que procuraba poner todo mi empeño, y varias veces había comprobado que parte de culpa era que no me fijaba. Y desde entonces cambié. Pero ahora me fijaba demasiado y tardaba mucho. Eso me traía de cabeza. No sé si fue Antonio quien me riñó diciendo que no había por qué pensar en los dos extremos. Había que hallar un punto intermedio. Yo le decía que lo que quería era ponerme más nervioso aún. Me quejaba de que me gustaría haber sido otro, cualquiera de mis hermanos, o cualquier otro. Y me decía que no quería vivir en estas condiciones. Pero reaccionaba, y decía que no debía pensar eso. Dios me había dado todo lo que tenía y todo lo que iba encontrando. ¿Por qué traicionarle?. ¡Bah!. Ya había pasado su hora. Sé que un día le comenté a Quico que en el 2000 escribía poemas. Él me dijo, exclamando: ¡Hasta allí!. Si, muchas veces pensé cómo me verían los demás. Pero eso era lo me menos. Debía empezar a ser yo. Creo que lo único agradable de mi madre que tuve en este sentido fue un día que iba a ir a la tienda de Chicha sin camisa y ella me dijo que debía de tener menos vergüenza que ella. Iba aprendiendo a no hacerle tanto caso.

  Me acuerdo el día que le pregunté a Quico por qué se ponía así, y él me dijo que siempre se ponía de esa forma. Tenía detalles preciosos. Aquel día me dijo que comulgaríamos en la convivencia por Olimpio, era la primera convivencia después de haberme convencido de aquella vinculación de Quico conmigo. Supongo que él ya debería saberlo, pues lo había comentado con varias chicas, aunque en aquellos momentos no pensaba que se lo habrían de decir. Aquella convivencia, el domingo y a la hora de comulgar en la capilla, me encontré con Quico en dos filas distintas, una iba paralela al altar y la otra se cruzaba. Entonces él y yo nos cruzamos, él me dio un golpecito en el brazo, sonriendo y yo no pude hacer menos que dárselo a él. Un día le vi leyendo, bueno en ese momento no la leía, la libretita roja donde tenía frases. Y la libreta de poemas.
  Me gustaría también intentar consolar a los demás, a los que por alguna razón viese tristes. La verdad es que me apenaba ver a la gente, a la juventud sobre todo, porque los mayores que no conocía tenían reacciones muy dispares, ver a toda esa gente seria. Quico también es un poco como yo. Pienso que, a veces, le gusta gastarme bromitas, aunque yo algunas veces me las tome en serio. Recuerdo que antes del accidente, me aficioné a coger pequeñas cantidades de dinero. Ahora me molestaba que eso siguiese siendo un gesto de desconfianza para mi madre. A mí me gustaba mostrar mi sinceridad para que tuviesen confianza en mí. Y, así, me gustaba entrar en la tienda de Chicha cuando no estuviera nadie, recuerdo que empezaban las tentaciones de llevar algún bolígrafo o algo así, ya que tanto los necesitaba, pero siempre me decía que no podía hacer eso. A José, el chico de la Cabreira, le cogía cintas, y terminaba de pagarlas más tarde. Me dijo que yo le parecía sincero, el a mí también, porque el primer día le dije, por equivocación 125, y él me respondió: No, 225, con una sonrisita. Y la identifiqué con las traicioneras. Pensaba: Es amigo de Quico, pero mío no. También era un traicionero en estos casos, porque entonces me decía que me aprovecharía de todos ellos, sólo hablarles para satisfacer mis gustos. Un día que sólo estaba su madre le dejé 125 y el sábado siguiente le di el resto. Entonces, para mí, empezó a considerarme sincero. 


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