le dije que podía preguntarme por qué era de
esta forma, pero estando solos. Entonces me dijo, ahora estamos solos en la
cocina, siéntate y dímelo. Pero era yo el que no estaba en calma en esos
instantes, y tenía miedo. No era del todo miedo, creo que era más temor a cómo
reaccionase ella. Era verdad que procuraba poner todo mi empeño, y varias veces
había comprobado que parte de culpa era que no me fijaba. Y desde entonces
cambié. Pero ahora me fijaba demasiado y tardaba mucho. Eso me traía de cabeza.
No sé si fue Antonio quien me riñó diciendo que no había por qué pensar en los
dos extremos. Había que hallar un punto intermedio. Yo le decía que lo que
quería era ponerme más nervioso aún. Me quejaba de que me gustaría haber sido
otro, cualquiera de mis hermanos, o cualquier otro. Y me decía que no quería
vivir en estas condiciones. Pero reaccionaba, y decía que no debía pensar eso.
Dios me había dado todo lo que tenía y todo lo que iba encontrando. ¿Por qué
traicionarle?. ¡Bah!. Ya había pasado su hora. Sé que un día le comenté a Quico
que en el 2000 escribía poemas. Él me dijo, exclamando: ¡Hasta allí!. Si,
muchas veces pensé cómo me verían los demás. Pero eso era lo me menos. Debía
empezar a ser yo. Creo que lo único agradable de mi madre que tuve en este sentido
fue un día que iba a ir a la tienda de Chicha sin camisa y ella me dijo que
debía de tener menos vergüenza que ella. Iba aprendiendo a no hacerle tanto
caso.
Me acuerdo el día que le pregunté a Quico por
qué se ponía así, y él me dijo que siempre se ponía de esa forma. Tenía
detalles preciosos. Aquel día me dijo que comulgaríamos en la convivencia por
Olimpio, era la primera convivencia después de haberme convencido de aquella
vinculación de Quico conmigo. Supongo que él ya debería saberlo, pues lo había
comentado con varias chicas, aunque en aquellos momentos no pensaba que se lo
habrían de decir. Aquella convivencia, el domingo y a la hora de comulgar en la
capilla, me encontré con Quico en dos filas distintas, una iba paralela al
altar y la otra se cruzaba. Entonces él y yo nos cruzamos, él me dio un
golpecito en el brazo, sonriendo y yo no pude hacer menos que dárselo a él. Un
día le vi leyendo, bueno en ese momento no la leía, la libretita roja donde
tenía frases. Y la libreta de poemas.
Me gustaría también intentar consolar a los
demás, a los que por alguna razón viese tristes. La verdad es que me apenaba
ver a la gente, a la juventud sobre todo, porque los mayores que no conocía
tenían reacciones muy dispares, ver a toda esa gente seria. Quico también es un
poco como yo. Pienso que, a veces, le gusta gastarme bromitas, aunque yo
algunas veces me las tome en serio. Recuerdo que antes del accidente, me aficioné
a coger pequeñas cantidades de dinero. Ahora me molestaba que eso siguiese
siendo un gesto de desconfianza para mi madre. A mí me gustaba mostrar mi
sinceridad para que tuviesen confianza en mí. Y, así, me gustaba entrar en la
tienda de Chicha cuando no estuviera nadie, recuerdo que empezaban las
tentaciones de llevar algún bolígrafo o algo así, ya que tanto los necesitaba,
pero siempre me decía que no podía hacer eso. A José, el chico de la Cabreira,
le cogía cintas, y terminaba de pagarlas más tarde. Me dijo que yo le parecía
sincero, el a mí también, porque el primer día le dije, por equivocación 125, y
él me respondió: No, 225, con una sonrisita. Y la identifiqué con las
traicioneras. Pensaba: Es amigo de Quico, pero mío no. También era un traicionero
en estos casos, porque entonces me decía que me aprovecharía de todos ellos,
sólo hablarles para satisfacer mis gustos. Un día que sólo estaba su madre le
dejé 125 y el sábado siguiente le di el resto. Entonces, para mí, empezó a
considerarme sincero.
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