y le dice a Matilde que, en el verano, subía de la tienda preocupada y descargaba con este hijo suyo que estaba en casa y no sabía si, en verdad, tendría tanta culpa como decía ella. Pero eso ya, ¿para qué sirve?.
Y creo que no vale de nada que le contestes por
qué, tonta, va a tomar eso como una contestación y no va a fijarse. Ahora me da
pena por aquello que reconoció. ¿Por qué no habla conmigo?. Dice que ahora hay
más tranquilidad. Pero no sé por qué. Hago lo mismo que antes, pero sin música,
riego un poco, bajo, subo, y ya es comer. Al final bajé en chándal y me lo
cambié porque el pantalón estaba roto entre las piernas. Es un chico que
estudiaba conmigo. Me guiñó el ojo. Entonces me recuerda, entre él y yo hay un
abismo. Sólo un perro me entretiene un poco a distancia. No quiero que se
acerque. Tiene ganas. No quiero que me miren lo que escribo. Me importa un
rábano lo que piensen. Lo separaba con la pierna. No quiero que piensen todos
que esto también es escribir poemas. Bueno, voy a subir. Aquel perro quería
subir conmigo. Un chico que había a la altura de las damas me lo sujetó y yo
vine por el desvío de Palmira. Como había pensado, dijo: ¿Más perros?.
La hoja anterior la empecé ayer. Me entusiasma
pensar que podría pasar toda la vida escribiendo, aunque no puede ser lo único,
sobre todo, escribir a máquina. Pasarme todos los días, cuando sea mayor,
escribiendo a máquina. No sé si el casarme va a ser una ayuda en este sentido o
una pega, pero el caso es que yo siempre necesitaré de alguien a mi lado. Me
gusta Ana, fantástica sería y tal vez por ser la primera que bailó a gusto y
cuanto quise, Rosi. Me parece que lo voy a tener difícil. Lo que no llego es a
ponerme a la altura de Antonio. El me dice: “Vas a pasar hambre. De puré no vas
a vivir siempre”. Y soy incapaz de pensar para entonces. Con las manzanas que
hay, siempre pienso que Dios alimenta a sus criaturas.
Siempre pensaba que era mejor todo lo regular
para el principio, siempre que se sostuviera la esperanza de triunfar un día, y
todo eso bueno para el final. Así me lo va demostrando la vida ya por entonces.
Y el mejor ejemplo lo tengo en el baile. Lo digo porque conservo una de esas
revistitas que hacíamos en el centro de Vigo. Y me parece que hice mal
colocando en las dos primeras el poema de Galicia y Tormenta sobre una ciénaga,
para poner el incendio, que sería mucho mejor, al final. Creo que comprarían
más. Bueno, ya no se puede regresar. Creo que he metido a Quico en un lío,
porque, al bajar el pantalón azul, también dejé sobre la cama el chaquetón del
armario.
Vino mi madre porque no lo quería ver así y
descubrió la laca que usó Quico. Dijo que es un bote que le desapareció y que
nunca lo encontraba. Bueno, no sé si tendrá problemas Quico. Lo único que tengo
en mente es el domingo. Me parece que le esperaré en la puerta hasta las siete
y media para entrar con ella. Me parece que le ayudaré a sacar billete. Hay que
dejarte por imposible, ésas fueron sus últimas palabras. Palabras que no
comprendo. Pero, ¿qué hay que hacer?. Dejarle por imposible tantas veces.
Fui a buscarle cera al sótano. Y se la
traje. Le dije que había una espontela y era un completo. Se quedó encerando y
yo bajé a cortarles manzanas a los conejos. Bajé el cuchillo. Y corté. Los
conejos comían. Me alegré. Después subí a casa y le dije que iba al fallado.
Iba a separar las manzanas podridas. Tal vez pensaría que a escribir. Después
me llamó. Le faltaba el cuchillo. Recordé que lo había bajado, pero había un
periodo en que me faltaba la imagen, y en él estaba comprendido ese momento.
Total, ya sabes cómo se puso. Me acordaba de ese “inútil”, la culpa era suya.
Pero ya no había salida. Le dije que lo había subido. y le dice a Matilde
que, en el verano, subía de la tienda preocupada y descargaba con este hijo
suyo que estaba en casa y no sabía si, en verdad, tendría tanta culpa como
decía ella. Pero eso ya, ¿para qué sirve?.
Y creo que no vale de nada que le contestes por
qué, tonta, va a tomar eso como una contestación y no va a fijarse. Ahora me da
pena por aquello que reconoció. ¿Por qué no habla conmigo?. Dice que ahora hay
más tranquilidad. Pero no sé por qué. Hago lo mismo que antes, pero sin música,
riego un poco, bajo, subo, y ya es comer. Al final bajé en chándal y me lo
cambié porque el pantalón estaba roto entre las piernas. Es un chico que
estudiaba conmigo. Me guiñó el ojo. Entonces me recuerda, entre él y yo hay un
abismo. Sólo un perro me entretiene un poco a distancia. No quiero que se
acerque. Tiene ganas. No quiero que me miren lo que escribo. Me importa un
rábano lo que piensen. Lo separaba con la pierna. No quiero que piensen todos
que esto también es escribir poemas. Bueno, voy a subir. Aquel perro quería subir
conmigo. Un chico que había a la altura de las damas me lo sujetó y yo vine por
el desvío de Palmira. Como había pensado, dijo: ¿Más perros?.
La hoja anterior la empecé ayer. Me entusiasma
pensar que podría pasar toda la vida escribiendo, aunque no puede ser lo único,
sobre todo, escribir a máquina. Pasarme todos los días, cuando sea mayor,
escribiendo a máquina. No sé si el casarme va a ser una ayuda en este sentido o
una pega, pero el caso es que yo siempre necesitaré de alguien a mi lado. Me gusta
Ana, fantástica sería y tal vez por ser la primera que bailó a gusto y cuanto
quise, Rosi. Me parece que lo voy a tener difícil. Lo que no llego es a ponerme
a la altura de Antonio. El me dice: “Vas a pasar hambre. De puré no vas a vivir
siempre”. Y soy incapaz de pensar para entonces. Con las manzanas que hay,
siempre pienso que Dios alimenta a sus criaturas.
Siempre pensaba que era mejor todo lo regular
para el principio, siempre que se sostuviera la esperanza de triunfar un día, y
todo eso bueno para el final. Así me lo va demostrando la vida ya por entonces.
Y el mejor ejemplo lo tengo en el baile. Lo digo porque conservo una de esas
revistitas que hacíamos en el centro de Vigo. Y me parece que hice mal
colocando en las dos primeras el poema de Galicia y Tormenta sobre una ciénaga,
para poner el incendio, que sería mucho mejor, al final. Creo que comprarían
más. Bueno, ya no se puede regresar. Creo que he metido a Quico en un lío,
porque, al bajar el pantalón azul, también dejé sobre la cama el chaquetón del
armario.
Vino mi madre porque no lo quería ver así y
descubrió la laca que usó Quico. Dijo que es un bote que le desapareció y que
nunca lo encontraba. Bueno, no sé si tendrá problemas Quico. Lo único que tengo
en mente es el domingo. Me parece que le esperaré en la puerta hasta las siete
y media para entrar con ella. Me parece que le ayudaré a sacar billete. Hay que
dejarte por imposible, ésas fueron sus últimas palabras. Palabras que no
comprendo. Pero, ¿qué hay que hacer?. Dejarle por imposible tantas veces.
Fui a buscarle cera al sótano. Y se la traje.
Le dije que había una "espontela" y era un completo. Se quedó encerando y yo bajé
a cortarles manzanas a los conejos. Bajé el cuchillo. Y corté. Los conejos
comían. Me alegré. Después subí a casa y le dije que iba al fallado. Iba a
separar las manzanas podridas. Tal vez pensaría que a escribir. Después me
llamó. Le faltaba el cuchillo. Recordé que lo había bajado, pero había un
periodo en que me faltaba la imagen, y en él estaba comprendido ese momento.
Total, ya sabes cómo se puso. Me acordaba de ese “inútil”, la culpa era suya.
Pero ya no había salida. Le dije que lo había subido.
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