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Con estas palabras os doy la bienvenida y mi mayor agradecimiento a vosotros que sois los que hacéis posible que este blog se mantenga activo y vaya renovándolo cada poco tiempo. Mi deseo es que el contenido de este blog os aporte diferentes emociones y sentimientos. Un abrazo cariñoso también a todos los que estáis ahí y formáis parte de esta poesía y a todos los que quieren también formar parte de ella, a las nuevas incorporaciones: un abrazo de bienvenida a todos ellos



lunes, 10 de octubre de 2011

Al volver, le dije que le iba a enseñar los gatos;

bueno, ya se lo había dicho antes y nos habíamos encontrado a Claudia. Vimos al gato negro en el campo que está cubierto de silvas que hay junto al garaje, en el poste que está más cercano al naranjo. Después ya se querían ir y nos encontrábamos todos frente la caseta. Esperanza le dijo a Andrea: Dale un beso a José Ángel que nos vamos. Me lo dio. No sé qué sentí en ese instante, fue algo maravilloso, y lo idiota que había sido. Y se fue, y me quedé esperando al día que volviese. Le dije a Andrea, antes de irse, que para cuando volviese, le guardaría a la gata de colorines. Hace una semana, al comenzar la anterior, quedó Karina para estar con Malena. No me importaba, pero no me quedó un grato recuerdo, pues el último día que estábamos aquí, jugamos a la Bolsa. Yo jugué, pero como no quería ganar, pues de vez en cuando soltaba una gracia y se reían. Lo malo es que fui juntando empresas y vales, sin querer. Llegó el final, y era yo el máximo rival de Quico. Como se reía él, cuando las acciones estaban a 100 no las compraba, y cuando subían a 200 si. Faltaba una carta y dijo que yo ganaba en dos, él en las otras dos. Entonces comentó que iba a poner cuatro cartas más. No se qué cambio se produjo en mí en ese instante, jugué a ganar. Y, al final, creo que fue por una carta que no levantó o jugó al revés, yo estallé. Y me enfadé con él. Él se enfadó también, y ése fue el recuerdo que me fastidió toda la semana de Karina. Tenía ganas de decirle a Quico que lo olvidase, pero no me acordé de decírselo. Me gustaría que no lo tomase en cuenta.

   Cuando vino Esperanza a buscarle, trajo a un niño y a una niñita pequeña. Ella lo primero que hizo fue venir a mí y darme la manita. Me dijo que era Andrea, no me acordaba de su nombre. Me preguntó por la gatita de colorines, y yo le dije que se había ido, no sé si vendría por la noche, porque ya no la había visto más. No era del todo verdad, pues unas semanas antes la había visto, por unos instantes en el campo del castaño con el gato negro. Pero unos instantes, porque me iba a coger para los conejos.
    Un instante nada más, pues se tenía que ir, pero creo que me despertó. A partir de la convivencia que hubo el pasado fin de semana, 6 y 7 de Julio, llevo cuatro días sin caer en ese problema, sin caer ni preocuparme. A mí me parece mucho tiempo. Algunas veces pensaba que parte de culpa de ese malestar la tenía él. Fui a afeitarme y, sin darme apenas cuenta, volví a caer. Tenía ganas de echar todo por el suelo, pero me recuperé y me dije que sólo era un punto de apoyo. Ahora ya me sentía en condiciones de volver a empezar. Me parece que el artífice de estos cuatro días fuiste tú, amor, todo lo que me haces escribir. Quico, a veces, me sigue pidiendo dinero. Antes sí le daba más a regañadientes, porque lo que compraba a veces eran sobres y sellos, y siempre me gustaba comprar alguno sabiendo que me iba a quedar un poco. No tengo grandes necesidades. Ahora no me importa quedar sin nada. Claro que, desde el principio, se pusieron de moda los escondites secretos, porque a él no le gustaba mucho pedir, aunque creo que yo era muy fácil a dejar. Pero muchas veces pasó que me olvidaba y no sabía dónde lo había dejado. Y reñía con Quico. Ahora también los uso, aunque no son secretos, los guardo en un sitio sólo. Quico me los pide a veces. Bueno, si son bastante anormales, en el armario doble, en la parte izquierda, contra ese mismo lado hay unos estantes. El de abajo, es para libros muy diversos, sólo de lectura, otros fichas, otros antiguos, y algunos más. El segundo, empezando por abajo, es más para libros de lectura, y en una esquina, delante de ellos, hay una cajita de plástico duro con unas monedas antiguas, me las echaron los Reyes hace dos años. Debajo de esa caja guardo dos monedas de cien. No tengo miedo por él, porque ahora me falta dinero, y él me dice si ha sido o no, pero me gusta controlar cuánto llevo.

  A mí también me hace mucho daño cuando pasa algo o le digo algo a mamá y ella, como suspirando o lamentándose, dice: ¡Ay, Dios mío!. Un día sé que fui a cortar hierba con la hoz, ella me vio y lo dijo. Sé que muchas veces le digo que voy a cortar hierba con la hoz y me dice que les coja verdura. Que lo hace como ella cree que es por mi bien, porque antes más o menos cada vez que iba a cortar hierba, me cortaba la mano, me hacía un corte. Como cortaba con la derecha lo hacía con bastante potencia.
  Esta exclamación es la que me trae más de cabeza, pues empieza a formular preguntas en mí. No está mal que lo diga, ella sabe que está bien, y tampoco debería contestarle, como muchas veces he creído. Lo que tendría que hacer es aceptarle tal y como es.

Bueno, no, porque aceptarle ya le acepto. Me parece que es un detalle que no va a cambiar. Bueno, no es malo. Lo que si me parece malo es abusar de él y ella, a veces, lo hace. Hoy, cuando vino mi padre al mediodía, ella le informó sobre una comida que están preparando todos los amigos de antes. Y creo que le preguntó sobre algo. Mi padre respondió. En menos de un minuto, dijo cinco o seis exclamaciones. Hasta que mi padre se cansó. Creo que es algo que no va a cambiar, así que déjame que hable contigo. Eso es lo que comienza a ponerme nervioso siempre. Escribiendo, me gustaría pensar que puede ser perder el tiempo, o poder darle una razón de lo que yo pienso, pero creo que nunca va a ser posible. Esta tarde, subí para coger mimbres para una bandeja, y se me ocurrió algo para decirte, así que me senté a escribir un poco, para intercalar detalles y no hacer todo monótono,  pero ya sabes. Quico iba a ir a una fiesta a Gondomar con Paco y Costas. Quería decir que no, la fiesta era muy lejos y, además, fiesta es para mí ir todos los días al baile. No sé qué dije, me supongo que debió de ser si, a cómo se pusieron. Mi madre me dijo que irían cinco en el coche, que ahora venían las de Ramallosa y que me iba a perder. Mi padre dijo que no, como siempre. De todas formas, yo no prensaba ir (Bueno, también sé que si no me dicen nada puede ser que hubiera ido), pero aquel momento me hizo pensar. A veces, por la mañana, el hecho de sacarle la moto.
  Un día que me enfadé, el día tan famoso, le dije que se la había empezado a sacar queriéndolo hacer como un favor que facilitase ese entendimiento, pero para mí lo había tomado como un deber, que yo se la sacaba porque era su hijo y debía obedecer. Creo que no le dije toda la verdad, pero me pareció una tontería porque, al igual que el primer día, yo me dejo estar en cama porque estoy cansado o cualquier otra cosa, y la saca mamá.
  A veces, cuando va a marchar, entra en la cocina con todo preparado, me pregunta si saqué el cajón y la correa para la moto y le digo que si, aunque me da un poco de miedo sacarlo, porque un día se llevaron la correa de la moto. Pero bueno, llega a la cocina y me pregunta si sé dónde están las gafas. Pueden estar en la habitación o en la cocina. Casi siempre suelo ir a la habitación, si ella no viene de allí. Es más normal que estén allí. El problema es dónde. Lo peor son todos esos días que me dice, mientras sale de casa, vete a buscarme las gafas que están en la habitación. Yo siempre pienso que no me dará tiempo. Ayer dijo mi padre que había una plaza de conserje en varios sitios. Ojalá que lo consigas. Mi madre dijo que iba a hacer todo lo posible para que no escribiese, pero creo más bien que ella me quiere aquí. 

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