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lunes, 29 de agosto de 2011

Un día, oí

 de Quico, de algo que creo que me dijo, que muchas veces ellos utilizan la mentira para sacar la verdad. La mentira, por la que yo tenía miedo y les consideraba tan justos; esa mentira que, si te veían indispuesto, se grababan. Alguien, a veces, iba al armario a coger algo. Quedaba yo como el culpable, me quedaba solo. Al principio, me gustaba tomar mantequilla con la leche, y tomaba. Y se empezaron pronto a molestar, así que me dije, igual que el bañarme. A partir de hoy, pan sólo. Pasaron días antes de que me volviesen a echar la culpa, pero volverán. Y yo me quedaba callado. Cuando me preguntaban por qué me callaba algunas amigas, yo les decía que a alguien le ayudaría.
  A mí ya me animaban ellas, una necesidad que no merecía olvidarse por nada del mundo. El otro día, volvió a decir ella que era yo el que devoraba la mantequilla. Estaba mi padre delante. Y le dije aquella historia. Se callaron.
  De todo, de quien primero aprendí a pasar fue de la gente. Mi madre me había dicho que la gente era muy cotillera. Eso me hizo comenzar a considerarme diferente. Mis poemas, mis amigas, y cultivé esa nueva faceta. Yo tenía que diferenciarme de todos. Así debía comenzar a vivir yo.
  Tal vez me enfadaba mucho lo que decía mi madre de que el ruido del baile dañaba mi cabeza, me aturdía.  Comprendo que lo dijera pensando en mí de una forma, pero no le entendía. Me gustaría que me lo preguntase. Creo que fue en una riña cuando le dije que debería preguntármelo. No sé si fue ese día u otro cuando me lo preguntó. Le podía decir muchas cosas: era otro mundo, tal vez el que podía completar mi forma de ser. Había conocido a muchas chicas, y ellas se podía decir que eran mis enclaves para bailar si me sentía desafortunado. Podían haberme llamado plomo, pienso ahora, aunque me enfadara si así lo hicieran, en aquellos momentos tomaba los días como nuevas vidas. Creo que era mi lucha contra aquella tentación. Y cada domingo era una nueva vida más especial aún, pues debía resumir toda la semana. Supongo que era verdad y debía ser verdad eso que me decían muchas amigas de que no todos los días iban a ser felices. Para mí lo eran, siempre había guardado algún detalle. Me animaba mucho el pensar que Dios seguía estando conmigo. Entonces, ¿cómo podía pensar que debía tener la razón mi madre?. Ahí llegaba un punto que sí que me trastornaba. Me inclinaba más por la felicidad. A veces, también escribía poemas allí. Si me aburría, o pasaba un largo rato sin hallar a alguna, tal vez la historia que más recuerdo es la que me sucedió un domingo. Había conocido a la chica que me había enseñado a bailar, Ana, pero eran uno o dos domingos después, y sólo recordaba que tenía las cejas y el pelo moreno, y éste le llegaba al cuello. Ese día vi a una chica por la espalda bailando con un chico. Para mí que era ella, después bailaría conmigo. Y esperé.

 Terminó la música y fui hacia ella. "Hola, Ana". No era ella. Me sentí muy mal y fui a un banco a escribir. Un poema que hablase de Ana y la esperanza de que ella estaría allí. Y bajé. A la primera chica que vi, necesitaba convencerme de que era verdad y busqué a Ana, y la encontré. No todos los días sucedían cosas así de bellas, pero cualquier detalle era preciso para alegrarme, aunque fuese el último cuarto de hora. No obstante, algún día lo pasé mal, pero supongo que fueron poquísimos, porque cualquier cosa bonita me lo hacía olvidar, aunque fuese un poema. Y pienso que tenía aún muchos para escribir.


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