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lunes, 16 de mayo de 2011

No fue sólo en aquel momento

cuando había oído eso. Mucho tiempo atrás había empezado a oírlo, incluso habían tenido alguna riña con mi hermano. Pero yo no era como ellos, y no quería ser así. Cuando llegaron las Navidades, ella me dijo que ya se lo podía dar. Aquellas palabras me sonaron muy bien. Era lo que yo había estado esperando.
Un poco más abajo del convento de Vilariño, vivía un amigo de Quico, Suso, con siete hermanos, seis de los cuales eran chicas. Eran más pequeñas que yo, la mayor creo que tenía quince años. Me gustaban los niños. No sé si era para olvidar aquellos años o para sentirme querido. Lo cierto era que cada vez era más tímido y no quería volver a ser como antes en ese tema. Muchas veces me había parado a preguntar por qué lo hacía, y no sabía contestarme, pero odiaba el día en que lo conocí y aquella soledad que me hizo refugiarme en él. No sé si en el fondo me agradaría poder volver a aquellos tiempos. No lo quería, era mi mayor quebradero de cabeza, quería que me lo hiciesen olvidar, pero ya se había convertido en una lucha a vida o muerte, y uno de los dos tenía que retirarse. Yo quería que todos me ayudasen a acabar con él.
La verdad es que me mostraba muy reacio a pedir un beso, siempre temía que me dijesen que no, por eso buscaba a las amigas. Conchita, un día que fue sola a Vilariño, siempre iba con alguien, aquel día no me acuerdo muy bien si fue sola o los demás se marcharon. Cuando terminó la catequesis, creo que fue entonces, le dije que viniera a dictarme un poema que había escrito para pasarlo a limpio. Yo me senté y ella se puso a mi lado. Me dijo: "Cierra los ojos". Creo que en aquel momento pensé en un regalo. Y los cerré. Entonces me dio un beso en los labios, diciendo: "te quiero". Yo siempre había considerado ese tema como un plano secundario: llegaría la edad. Tal vez pensaba que sería el tiempo quien me la traería. Y, en un segundo, quizás me imaginé que sería aquél el momento. No me fijé en quién pronunciaba aquellas palabras. Yo también lo dije. Y se lo di. Nos dimos varios. Después ella se retiró a otro sitio y yo terminé el poema. Reconozco que en aquel momento tenía ganas de meterle las manos por debajo de las faldas, supongo que estaba atontado por la televisión, pero una fuerza me retuvo.
Tal vez el estar en el convento, pero creo más bien que Dios me permitió dominarme. Si lo hubiera hecho, me hubiese convertido en un esclavo de ese recuerdo, como tantas veces lo era y aún lo soy de muchos otros. Después se marchó. No sé por qué aquello me lo creí y al domingo siguiente, cuando le vi, le pregunté si me seguía queriendo y ella me dijo que no.


2 comentarios:

  1. Todo lo que escribes es un poco por pasar página de esos recuerdos.Cada poema es una terapia. Piensa -agua pasada no mueve molino-. La culpa y el sexo no van bien de la mano. Todos somos neófitos, cometemos errores, no sabemos interpretar los momentos. Nos equivocamos. Pero es esta sociedad de lo correcto la que pervierte las cosas más naturales. El sentido del pecado judeo-cristiano.
    Lo bueno:eso de meter mano, los besos robados, la caja boba, las seis hermanas. Lo no tan bueno: La obsesión, el catecismo y el convento.

    raul

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  2. Lo bueno y lo no tan bueno forma parte de cada uno de nosotros porque lo llevamos arraigado desde que tenemos uso de razón, pero es lo que nos hace crecer y hacernos más fuertes, que no me refiero a más poderosos

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