Los árboles se batían
contra la noche. Y unos seres
negros, tan negros como el carbón, les perfilaban las orejas, allá, entre lo más profundo y lo real.
Afilaban sus espadas al paso de la gota fría que se vertían sobre ellos… y de
esa forma preparaban el duelo:
las hojas y la tormenta… cada uno de ellos conocía muy bien a su rival. Los
árboles detenidos, expectantes… con su piel acristalada, fina. La tormenta
fustigadora y endiablada… por momentos cruel, estaba ya malherida. Y aquellos
seres negros que pendían de las ramas se fueron y se hicieron noche… y los
árboles perdieron sus orejas y no escucharon el crujir de sus ramas al caerse.
Hoy
ya lo hice.
Sus
carnes cubiertas de polvo. Sus notas de cristal.
Hoy
abrí sus entrañas
y
busqué entre las sombras algún poema. Hoy lo hice
como
nunca lo había hecho
y
me sentí tan fuera del mundo,
tan
lejos de todo,
que
me gustaría seguir estando allí. Hoy sus notas eran mágicas,
sólo
eran hoy
cuando
soñaban para mí,
me
sentía muy bien.
Creí
que no era capaz de desenterrar los tesoros de mi niñez.
-1989-
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