Entre el paraíso y el
averno
existe un nombre,
solo un nombre y es
el tuyo,
impronunciable siempre
pero a veces
escapa de mi boca
sin quererlo.
Tiene ese angustioso
aroma a viento,
viento que
inevitablemente pasa
y el sabor a ruego,
ruego que
perpetuamente queda.
Te estoy amando
y por éste amor de
noche
me condenarán las
luces
de los días,
me crucificarán
implacables
voces severas,
incompasivas.
Te estoy amando
con amor predestinado
a dichas de cielos
y agonías de
infiernos,
debería temer y sin
embargo
no temo y más te amo.
En algún momento sólo importará el cielo.
ResponderEliminarEl amor será lo único que repueble la tierra en algún momento. Estamos predestinados a entendernos, eso sí me parece creer. ¿O a comprendernos acaso?
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