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lunes, 8 de agosto de 2011

Muchas veces hacía algo que yo creía...

que estaba bien para todos y mi padre me lo criticaba. Entonces yo decía: la mejor forma de mandarte a la mierda es no decirte nada y dejar que tú lo reconozcas por ti mismo. Debe ser por tu misión de padre, por la que te encuentras tan serio. ¡Bah!, déjalo. Total, ya se dará cuenta. No es que yo no reconocía mi error, sí lo reconozco y vosotros lo debéis de saber muy bien porque me conocéis. Sabéis que para la próxima me esfuerzo en no caer. Creo que me estoy volviendo loco y diré siempre que la culpa ha sido vuestra. Bueno, que es mejor cambiar ahora. No queréis pensar que lo puedo hacer por vosotros. Una vez me dijiste, hablando de la familia, supongo que sería eso: "Tuve que elegir y creo que elegí mal. Ahora vuelvo a reparar el valor de aquellas palabras. Por las mañanas, solía hacer dos, tres o cuatro camas, pelar patatas, coger algo para los animales y combinarlo con escribir un poco. Siempre lo mismo. No era monótono, porque el ritmo lo marcaba lo que tuviese que escribir. En una convivencia, dos José Carvajal, me gustaba confesarme con él, me decía que rezase, que pidiese y, sobre todo, que la vida era mía. El problema mío no debía tener tanta importancia. Además, no hablé de él mientras paseaba conmigo.
Lo de mi madre, que problemas siempre había, aunque también debía de poner un poco de ilusión en arreglarlos, pero había otros muchos valores que debía poner en práctica: respeto, obediencia, etc. Debía seguir cultivándolos, no enfadarme con ella por no encontrar una respuesta inmediata. La misma solución no iba a ser inmediata, pero la grandeza debía residir en buscarla sin olvidar aquellos valores.
Me gustaba hablar con muchas amigas, aunque al llegar a casa tuviese que inventar algo. Me acordaba de las palabras de mi madre, pero me daban pena, yo parecía un cruel con todas ellas, sin embargo, intentaba poner toda mi voluntad en ello. Una tarde, mientras sembraba unas flores, le oí comentar conmigo: "Los sacerdotes me dicen que te pregunte y que tenga paciencia. Yo no sé qué hacer contigo". Y me marché de allí, murmurando. ¿Tú crees que el diálogo es sácame la moto, o déjame quitarte algo o, incluso, cuando están todos en casa, decir que hay algo que hago bien?. No, yo tengo muchísimas cosas más importantes que todo eso. Otras veces, hablando con Isabel o incluso con papá, les dices que soy un guarro, que no me lavo. Si, y eso también tiene una historia. Cuando estaba en Murcia, y no encontraba lugar entre todos los chicos que había allí, observé que, al salir de la habitación de los chicos por la mañana, había que hacer cola, y a todos les gustaba ponerse el primero de la fila o pronto para salir e, inconscientemente, fue lo que asimilé. Eso me hizo pasar poco tiempo por el baño, y todo eso. Pero ahora me doy cuenta, como tú dices mucho, que no te gusta que no nos lavemos. Y empecé a bañarme más. Un día, hablando conmigo, una mañana, me dijiste que ya no aparecían las sábanas tan sucias, síntoma de que me lavaba más. ¿Es que ahora te has vuelto una hipócrita?. Una vez, de esos días que me solía bañar todos, me dijiste: necesito entrar y tienes que bañarte tú todos los días. Ese día pensé que no era bueno hacerlo todos por esa razón. Te molestaba que cerrase la puerta con pestillo, pues muy bien. A veces la dejaba abierta y comencé a intentar hacerlo todos los días. Pero tenía muchas visitas, no podía bañarme en paz, luego venías tú diciendo…
La cerraban todos. Además, si no la cierro ¿qué?, se extendía el olor, ya sé que era malo, me lo echabas en cara. A todo se juntaba el problema de las gallinas. Mucha culpa de lo que había en ello era mía, porque tal vez no las visitaba tan frecuentemente. Pero, cuando las recontaba, pensaba llevarles algo. Siempre que veías fuera alguna, decías que ponía fuera. Pero yo ya no podía estar todas las mañanas pegado a la ventana, como hacía al principio.

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