Y tu vientre se hizo madre
cuando Dios humedeció sus manos
y la yema de tus ojos penetró en mis pupilas…
lentamente.
Aprendimos a tocarnos
sin temer más que al silencio entre los dos;
eso nos hacía invulnerables.
Y besé tu desnudez con la pulpa de mis dedos
y abrazó mi desnudez la esencia de los tuyos;
sentirte para mí era un símbolo de paz.
Avanzamos por la senda que el espacio señalaba
atados los dos como duendes proyectando el infinito,
la nobleza de mis labios fue nobleza en tu sexo
esquivo
y tras las luces descubrimos otra luz que nos guiaba.
-2011-
Esperaba una especie de alegato en pos de la maternidad y me encuentro con un poema fecundo, sensualmente activo, y con un final en crescendo.
ResponderEliminarEs grato volver a sorprendernos.
Me alegra contar con tu parecer, Raúl. Me agrada sorprenderte
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