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martes, 22 de septiembre de 2015

A él tal vez le gustaba ser como yo

  
A él tal vez le gustaba ser como yo:
Algo borracho, embebiéndose continuamente en todo lo que hacía, de aquí para allá.
Y quedaba ensimismado; aquello le conducía a otros lugares, a otros pasados.
No podía olvidarlos, quisiera dejar aquella pesadilla, pero sólo estaba él en la habitación.

-           ¿Te acuerdas de aquellos días al calor de las palabras?. Nunca podrás sentirte solo.
-           Si, claro que lo recuerdo. No lo podré  olvidar. Además, siempre lo llevo conmigo, en cada paso, en cada mirada. Queda su sombra en cada huella. Conmigo él sabe que siempre existirá alguien a quien le gusta oír sus viejas aventuras.
-           ¿Quién eres tú?. La sombra de mis manos en las paredes quiere sentir tu belleza.
-           No sé. Soy tú mismo. Inventando historias, como tanto te gustaba. No un payaso aburrido que vaga siempre a donde quiera que va. Soy ese rostro que siempre te encontraba, esa sombra que te seguía, siempre supe que te iba a encontrar.

   Era él, sin duda, cómo hubiera podido olvidarse de todo aquel ayer. Lo poseía, lo llevaba arraigado en la sangre. Siempre sabía a dónde viajar. Cruzaba bosques, caminos, no estaba lejos. Detrás de cada monte emanaban de su corazón partículas de esperanza. Entre todas formaban a sus pies una inmensa alfombra donde iba a discurrir su paisaje.

-¿Te acuerdas?. Eramos nosotros dos. Solos tú y yo. Me gustaría descorrer tantas cosas del pasado como tú. Me gustaría lograr todo eso que siempre fue una ilusión.
-  Ahora estoy solo. Todo es mío. No, no me hagas vacilar.


  Era él. La habitación no sabía de qué hablarle. Había quedado muda. Sólo admiraba su entorno.

-           Yo te diría todo eso que siempre estuve enseñando.
Ahora tú      has llegado a ser mis oídos y toda mi voluntad. Ya sabes que es este ambiente, siempre me lo querías recordar.
-  Adelante!. Mañana está con nosotros. Como siempre, ya es otro. Yo no seré igual.

   Era todo un revoltijo de ideas. Pero a él le gustaba. Siempre había sido lo que más le llamaba la atención. Y aquella sala le permitía combinar todos sus colores tan agradables, todos aquellos pensamientos tan variados que hubiesen surgido para inventar. Allí se había liberado el duende siempre oculto de sus labios, el misterio abstracto de sus sentimientos.
   Aquellas paredes no estaban solas. El había construido sobre la fantasía todo el conjunto de sus momentos para descansar. Y se entretenía con ellos.
   No, aquellas paredes no estaban vacías. Siempre había soñado encontrarse allí, dar vueltas, intentar ver la realidad del mismo modo que la veía él.

- ¿Qué más puedo decirte?.
- Calla!. Sigue pensando.
- Ahora veo claros unos sentimientos tan silenciosos, ahora me parecen vivos, quisiera darles la libertad, porque siento que todos los días me harían falta.

  ¿Sabes?, me gusta hablar contigo, aunque sepa que no existes. Creo que todo tiene significado en la vida si se vive en todo su amor.


  Algo le decía que allí había alguien más. Aunque ya estuvieran las paredes enmohecidas por el vapor de aquel cuarto. No oía pisadas, por interiores y silenciosas que fueran, pero él sentía su presencia, incluso podía sentir cada uno de sus movimientos.

   Y había empezado ya a imaginarse a aquel espíritu sin rostro ni aliento, aquellas palabras que no estaban escritas en ninguna parte pero que él sentía como suyas.

   Era bueno hacerse amigo de la soledad; bueno y tal vez apasionante para adentrarse en la vida. No conocía el rencor ni tampoco era igual siempre. Y aunque él si lo fuese, sentía que tenía mucho que aprender de ella.

   La habitación ya había encontrado su compañía. Tal vez sería aquélla la voz que siempre había oído hablar en sueños.

   Yo era un hombre más. A veces me resultaba extraño. Pero me doy cuenta que vine solo, que llegué solo. Había caminado con un paso lento y vacilante durante mucho tiempo, largas temporadas sin fin y me había encontrado al final con la tierra y en barro.

   Este era el punto de encuentro. Ni yo mismo sabía cómo ni porqué, pero mis pasos habían estado encadenados.

-¿Qué hago?- me preguntaba siempre. O más bien, ¿qué hacemos?

Y era una pregunta que ahondaba cada vez más en mi mente.

- Mira a tu alrededor, ¿qué ves?.

 -Nada- respondía él mirando hacia el suelo.

 - Al contrario: todo. Sólo quiero que enciendas tus ojos de una vez. Hay luz y un cielo, hay una realidad.

 - Ya sé quién eres. Ya sé de dónde has venido y por qué me dices todo esto. Aunque no tienes nombre, te quedaría eternamente agradecido si me dejaras darte uno. Sólo entre tú y yo.

  La paloma regresaba de su viaje por otros países. Y él se sentaba. No podía pensar.


- ¿Qué diría el aire si me viese llorar en estos momentos?. No entiendo por qué una ilusión ya concebida puede llegar a consumir su propia alegría. Que pase, ya no tiene nada nuevo que dejarme. Sé que ha sido él quien ha llegado.

- Recuerda la paloma. Tú viste que pasó y se llevó consigo la ola de silencio. Ella sabe que su presencia ha de darle más belleza a tu futuro.
 -¿Qué me traes?- le pregunto. ¿Qué me dices de todo un tiempo embarcado en un sueño?.¿Vienes sola?. Estaba un poco atemorizado por que no vinieses. Mira!, hay muchas ilusiones conmigo. Ya podemos cambiar. Me dejarás tu esperanza en cada retorno. No puedo callarme...

La paloma le miraba fijamente. Sus ojos se abrían asombrados, cálidos y un poco adormecidos también. Y él comprendía en esos momentos cómo era todo su alrededor. Aquel pobre charlatán sin rumbo, sin conocer el sabor de un nuevo día, sólo saboreando aquello que podía encontrar en cada uno, miraba hacia el suelo.
  Quería tomar un poco de aire sólamente. Y el suelo le parecía una vasta llanura inmóvil, pero era quien le ofrecía siempre aquel aire para respirar.
   La paloma era un poco como él. Y había encontrado un hermoso paisaje que siempre se dispersaba a sus pies y que combinaba cuanto ella iba depositando sobre las aguas de sus riachuelos y en las dulces copas de los árboles.
  Todos le veían pasar, cada mañana me traía una semilla del amanecer. Siempre volaba, siempre el día se hacía su camino; él sabía que si en la madrugada dejaba mezclarse la sombra, ella tendría que dejar de volar y yo que cerrar los ojos.
  No, ¿por qué?; si a ella le gustaba mantenerse siempre despierta. Sentía la vida deslizarse continuamente por sus suaves mejillas. Se sentía sembradora y yo le miraba así; sólo una voz tan maravillosa conocía la plenitud.
- Ven!, la paloma te trajo el don que tanto habías soñado.
 -¿Por qué quieres que me despierte?. Fuiste tú quien se lo habías pedido. Yo sólo me alimento de esa melodía que a veces te hace sonreír.
Ya ves, no falta nada. No me extrañaría que a lo largo del caudal de nuestros sueños, recordara qué fue lo que vino a buscar este cansado errante entre nosotros, en la claridad que llena su corazón. Y hasta puede que llegase a sentir un relativo placer al aspirar el aroma que sus sentimientos dejan en el aire, como estela de lo que es una esperanza.
   Ya suena junto a él; ellos dos saben que una mirada agradable siempre puede estar dispuesta a llenarse de luz.
  Y no sólo extenderá ese mensaje que guarda en su alma, sino que comprenderá también que vino a este mundo a recoger las semillas que transporten los diminutos copos por el aire.
   Cada uno corre. Nosotros sabemos que ahora serás tú quien vuele a su encuentro. Te cruzarás con él, sin estrellarte, y a la vez pronunciaréis vuestros nombres. Ya no hará falta que yo vuelva a gritar.
 -¿Cómo tú por aquí?.
- Ya ves.
  Y se irán. Más tarde regresarán para ser uno sólo. La paloma ya les vio hablar entre ellos. Y aquella habitación estaba compuesta por todo cuanto que hubieran podido contarse uno al otro.
 - Me gustaría saber por qué pensaste todo eso. En la vida no estoy sólo yo.
   Era aquel cuarto quien le daba calor, era todo aquello que había podido conseguir con el tiempo. Había muchas figuras diferentes disolviéndose en una sola.
  No entendía qué era aquello, se sentía tan aprisionado, que lo que pudiese haber sucedido ya parecía predispuesto a llagar hasta él.
 Y cada vez, como entreteniéndose, dirigía su mirada hacia aquella paloma. Tan bella... le había traído noticias de la soledad. Ya estaba lejos, pero estoy seguro que mucho le gustaría tenerla cerca de él en aquellos momentos.
-¿Cómo puede ser todo así?- se preguntaba.
- No sé qué responderte. Pero ya comprenderás que para hacerlo no hace falta una respuesta. Tú ya le estás extrayendo todo el jugo a una vida.
   ¿Cómo podría hacerlo?. El sabía que se encontraba en un periodo de transformación. Tenía que esperar pues, y a su lado todos aquellos instantes felices. En verdad ya conocía esa esperanza, había tenido que esperar otras muchas veces y no le sería aquél un rival muy duro.
- Déjame pensar que lo hiciste por mí. Y que esa melodía que brote de tus labios pueda ser el cauce que me una más a tu entorno.
  - Volvemos a encontrarnos frente a frente. No, esta habitación no cuenta, hay muchas realidades que no saben hablar todavía, aunque pueda llegar a turbarse su pensamiento en ciertos instantes. Ella no te conoce, un día partirá hacia otros lugares lejanos, sólo querría recordar qué fue lo que me dijo hoy.






4 comentarios:

  1. Hay mucha fuerza oculta entre las habitaciones y las paredes de nuestra réplica.

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  2. Las fuerzas ocultas que hay fuera son una prolongación-manifestación de las que tenemos dentro. Pero no me puedes negar qu puroe si así fuera ¿no podríamos ser nosotros mismos?, una manera de salir de nosotros y verlo todo más limpio, más. no son pues muchas fuerzas, son una sola, una vida: la mujer (Alguien me dijo que la mujer era la vida, la naturaleza)

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  3. Te mintió. La mujer es la muerte de lo natural y el maquillaje del agravio.

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  4. Veremos en la mujer lo que cada uno sentimos dentro. Es misteriosa y enigmática, pero también es clara. Quizás sea su misterio, que puede transformarse. Hay, como dices, dos tipos de mujeres: yo me quedo con las diáfanas porque con las que quiero sentir, pero te entiendo, también hay las camaleónicas, porque yo me he rozado con ellas. Pero a pesar de que las hay, no debo de buscar en la mujer la sencillez

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