Una
lúgubre canción de amanecer:
el verde humedal abarca la vista
hacia un infinito austero.
Una amarga lluvia
exhala entre los árboles
el perfume de otro mediodía.
¿Dónde está aquel puro vergel de ensueño?.
Entre las piedras se esconde
la hojarasca corrompida
de una noche eterna.
El parque está lleno de flores
y los últimos rumores
de unos corazones perdidos
anidan entre sus pétalos ajados.
¡Comamos de la fruta prohibida!.
No hay tacto que más deleite al paladar
que el precioso humor del agua cristalina
en tus
labios.
La fruta prohibida de la inocencia enmascarada de una no tan bucólica placidez (infinito austero, amarga lluvia, hojarasca corrompida) que tienen que ver con la indeterminación vital del poeta. Beber del agua cristalina de los labios es dejarse, imperativamente, a la exuberancia explícita de la vida. Me interesa tu opinión al respecto.
ResponderEliminarCuando vivimos la inocencia de las noches primeras y los primeros momentos sublimes para nosotros, nuestros sentimientos se deletrean en todo lo que vemos, que somos capaces de sentir al mismo tiempo. No enmascaramos la inocencia, no, es como la vemos (se me ocurre pensar que cuando nos sentimos felices, miramos al sol, abrimos los brazos y es nuestra manera inocente de ver la felicidad).
ResponderEliminarDe esta forma la inocencia nunca pasa: siempre habrá verdes humedales, amargas lluvias y piedras que corrompan la inocencia (cierto es que un aliento que nos da el alma nunca podrá ser corrompido: más bien nos corrompe la presión de una realidad que no nos deja ser libres.
El poema de Ulises me parece un brillante recorrido por esa libertad, de manera que la hace suya esté donde esté en el tiempo.
Me llama la atención que diga "entre las piedras" y no "entre las hojas secas". A mi modo de ver entre las piedras le da un carácter frío. Pero ya te digo, es un ínfimo detalle porque me parece que Ulises nos está descubriendo su mundo primero. Y sin querer, o queriendo no lo sé, lo comparo con aquél que estuvo más influenciado por el sentimiento: tanto el uno como el otro son válidos, a ver si consigo que un amigo me preste parte de su mundo interior en poesía: sería interesante.
Es cierto que las piedras son frías como también lo es la noche. No me detengo tanto en el carácter temperamental (el poema fluye y, poco a poco, se van resaltando los significados). Sin duda es su mundo primigenio, al que, tarde o temprano, se regresa. Cuando lees una obra, de alguna manera, se interiorizan los mundos (es un préstamo que siempre nos enriquece).
ResponderEliminarDel mundo primigenio al poeta adulto le queda el tacto, el temple. Y eso también enriquece el poema de señales inequívocas de lo que el autor siente dentro.
ResponderEliminarEl poeta da sin esperar nada a cambio: da en sonora conjunción con lo que a él le entrega la vida, sacando de unas simples piedras el maná que puede llegar desde curar el alma a sacar de ella una fuerza enorme. El poeta da su mundo interior, es capaz de sacar de lo más oscuro una luz de vida... pero también él se retroalimenta de su propia belleza.
La belleza la da su fluidez, su pasión... ahí donde tos nos hacemos poetas y sueños