Las dos caras del tiempo
se agarraron a mi
ser. Por un lado el ímpetu, la guerra:
ese ser diabólico que
es estruendo
y rabia a la vez,
se agarró a mi ser
con sus brazos de metal
y de vidrio
y me quiso hacer
vasallo de una mirada,
de esa horrenda
mirada transparente en la que estaba yo
y todo lo que
convivía conmigo.
Entonces me
hice guerra…
para comprender
lo que dentro de mí
brotaba
y no sabía manejar.
Sentí que me enredaban
sus brazos
y no era consciente
de lo que yo vivía:
era ella,
ELLA a través de mí;
me hice batalla para
no ser camino,
camino
para no ser yo. Sus
palabras me abatieron
y me sentí lejos… tan
lejos de mí
y de ella,
de su luz…
Me había hecho guerra
para no comprender…
y para dejar de
comprender. Luego me respondí: “Es la hora” y tras ello solté
la angustia que
sentía.
Y pude percibir una senda.
Las dos caras
del tiempo
se agarraron a mi
ser. Yo no vivía,
era mi tiempo:
un eslabón en la
cadena.
Por eso ahora
entiendo
que no es la guerra
lo que forja a un guerrero,
a un luchador…
.
sino ese mar que sublima su calma
y alimenta el
silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario