Escapé de la frontera persiguiendo promesas,
fortuna; en la frontera me hallaba sin futuro ni pasado, perdido… escapé de la
frontera no sé bien por qué. A lo lejos la estrella de David me insinuaba
paraísos, también la estrella errante me hablaba de paraísos… pero me decanté
por la de David por su amplio color. Me alejé así de la frontera porque no
vibraba, porque no sentía. Y eludí caminos… deshabitados y descoloridos… sorteé
barrancos sin red; todo eso por encontrarme libre, por sentir mi libertad más allá del mundo. Quise juzgar pero mis labios no me
dejaron, quise blasfemar más alto que la mar bravía y mi lengua no me dejó:
acepté que estaba encerrado. Y quise volver a la frontera, pero ya había salido
de ella y no podía regresar: sólo estábamos el paraíso y yo. Había que
afrontarlo.
Una forma de decirnos que para llegar al paraíso hay que pasar por tu persona; pues, inevitablemente, el paraíso está donde nos acogen. O tal vez debamos afrontar que el paraíso de la compañía ya no es perfecto.
ResponderEliminarNo hay paraíso, sólo estamos nosotros... condenados a encontrarnos con nosotros mismos. Esos paraaísos descoloridos, esa libertad que es fantasía, esas ansias por romper el mundo... todo eso es demostración de nuestra rabia, no es desnudez sino falsedad. Pero hay algo que sí es verdad, es la búsqueda del paraíso
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