Nadie recordaba cuando se habían mudado Irina Vasilievna y su hija a la antigua casa de la calle Cangallo. La casa tìpica de zaguàn y cuartos de techos altos siempre mostraba los visillos blancos corridos, y ni aùn en las tardes de verano màs aciagas se veìan sus ventanas abiertas.
Los vecinos hacìan
todo tipo de conjeturas acerca de "las rusas". Algunos decìan que
habìan escapado de la guerra, otros que venìan de actuar en Parìs en un circo,
y en verdad eran todas invenciones de la gente del barrio que tejìa versiones
sin saber nada, porque las rusas solo habrian la puerta a las personas que
llegaban en autos importantes, entraban y al cabo de una hora salìan sin cruzar
palabra, casi hasta huidizos. Quizàs esas situaciones hacìan que el barrio
estuviera tan al pendiente de ambas damas.
La realidad era que Irina Vasilievna tenìa un don especial, ella tocaba un objeto y podìa decirle al consultante quièn lo habìa tenido anteriormente o con que intenciones lo habìa regalado, es decir, podìa dar pistas en las màs diversas cuestiones del amor y otras situaciones por el estilo.
El don era verdadero, e Irina lo agradeciò de por vida ya que siendo viuda y con una hija no habìa sido fàcil para ella sobrevivir, y aunque en Europa habìa sabido desarrollar una clientela, una amiga le comentò que en Amèrica los ricos eran màs generosos y por ello embarcò en un vapor algunas cosas que tenìan, y llegaron a Buenos Aires porque una amiga de su infancia se había instalado allì y prometiò ayudarla.
Cuando habìa sido niña Irina jugaba con las cosas antiguas de su casa dicièndole a su abuela de quièn habìa sido cada objeto y alguna historia que sentìa. Al principio no le creìan, pero cuando fue creciendo y dando especiales datos de situaciones que era imposible supiera le creyeron y respetaron aunque por lo bajo algunos la trataban de bruja, cosa que le molestaba bastante pero que con los años habìa aprendido a ignorar.
La realidad era que Irina Vasilievna tenìa un don especial, ella tocaba un objeto y podìa decirle al consultante quièn lo habìa tenido anteriormente o con que intenciones lo habìa regalado, es decir, podìa dar pistas en las màs diversas cuestiones del amor y otras situaciones por el estilo.
El don era verdadero, e Irina lo agradeciò de por vida ya que siendo viuda y con una hija no habìa sido fàcil para ella sobrevivir, y aunque en Europa habìa sabido desarrollar una clientela, una amiga le comentò que en Amèrica los ricos eran màs generosos y por ello embarcò en un vapor algunas cosas que tenìan, y llegaron a Buenos Aires porque una amiga de su infancia se había instalado allì y prometiò ayudarla.
Cuando habìa sido niña Irina jugaba con las cosas antiguas de su casa dicièndole a su abuela de quièn habìa sido cada objeto y alguna historia que sentìa. Al principio no le creìan, pero cuando fue creciendo y dando especiales datos de situaciones que era imposible supiera le creyeron y respetaron aunque por lo bajo algunos la trataban de bruja, cosa que le molestaba bastante pero que con los años habìa aprendido a ignorar.
Ahora en Amèrica
estaba còmoda. Su clientes eran generosos,vivìan bien con su hija Elvira y la
consultaban con respeto. Asì fue que novias ansiosas le traìan cartas de amor
para saber si sus enamorados eran sinceros, esposas con objetos de sus maridos
para saber si tenìan queridas, algùn anticuario curioso con una pieza rara y a
veces, muy raras veces el inspector Juarez.
El inspector era un
hombre de edad, muy caballero que tenìa por costumbre acomodarse los bigotes
cada vez que se sentaba a escuchar lo que Irina tenìa para decir. Con el
sombrero apoyado en sus piernas y la espalda muy recta prestaba atenciòn a lo
que la vidente le decìa de algùn objeto que llevaba para que echara luz en
algùn caso sin soluciòn, y casi sin hacer comentarios y con un beso en la mano
de Madame se retiraba hasta la pròxima oportunidad en que la necesitara.
Madame Irina y sus
talentos nunca salìan en los diarios, pero ella sabìa muchos secretos que las
cosas le contaban, y los callaba para tener esa fama de persona confiable en un
mundo de intrigas de sociedad.
El caso fue que su
hija Elvira, asidua concurrente a la òpera le contò que en la ùltima gala a la
que asistiò habìa encontrado un costoso anillo con un rubì, y le planteò a su
madre que lo tocara para ver si podìa percibir quièn habìa sido su dueño, y
devolvèrselo.
Madame se sentò y
se concentrò en el anillo y un estremecimiento recorriò su cuerpo: veìa un
hombre, veìa mujeres muertas, sangre y vio una cara...la del propietario del
anillo. La palidez de Irina fue evidente y le dijo a su hija que habìa visto
cosas terribles, y que el dueño del anillo era el tenor famoso que ella habìa
visto la cantar la noche anterior.
Ambas se
enfrentaron a una disyuntiva: su anonimato y discreciòn se verìa amenazado si
salìan en la prensa, pero Irina se sentìa responsable de denunciar a ese
asesino serial que se escudaba detràs de su fama,
Le enviò una nota
al inspector Juarez pidièndole una reuniòn urgente, y el hombre prestamente
concurriò a su casa. Madame le contò la historia y Juarez le pidiò un par de
dias para hacer sus investigaciones y darle una respuesta.
Y se la dio. Le
dijo que dado que el tenor era ucraniano y los crìmenes no parecìan haberse
producido en el paìs nada podìa hacerse, por lo que le sugiriò que si deseaba
devolver el anillo lo dejara en un sobre en la recepciòn del hotel del tenor
anònimamente y se alejara del tema.
Madame le agradeciò
la sugerencia y decidiò pensar que hacer. Ella habìa visto las terribles
torturas que el hombre le habìa dado a las mujeres de sus visiones y no podìa
dejar el tema asi sin màs.
Decidiò tener otra
sesiòn con el anillo. Se concentrò y vio una mujer que agonizaba y en ruso le
decia: Igor volverè por ti...y sintiò que esa frase podìa ser ùtil para ponerlo
nervioso, y luego verìa hasta dònde lo llevarìa y còmo harìa para que ese ser
despreciable recibiera su castigo.
Averiguo cuanto
tiempo màs estarìa en el paìs, y diariamente le hizo llegar esquelas anònimas
con la frase que habia percibido en la visiòn. Sintiò satisfacciòn cuando tres
dias despuès leyò en el periòdico que estaban suspendidas las presentaciones
del ucraniano. Las esquelas estaban surtiendo efecto e Igor estaba nervioso.
Estaba pensando en
cual serìan sus pròximos pasos cuando escuchò voces fuertes y a Elvira
discutiendo en ruso con un hombre en el zaguàn. Abriò las puertas que la
separaban de ella y vio a un hombre corpulento, de traje y sombrero en mano
dicièndole a su hija que no se irìa de allì hasta no verla, y Madame con su
presencia acallò la discusiòn, invitando al tenor a pasar a su sala de recibo,
y susurrando a Elvira que llamara con urgencia al Inspector Juarez y que cuando
lo hiciera pasar dijera que tenìan pruebas. Y nada màs.
La luz que entraba
por el percal de la ventana hacia que la atmòsfera fuera calma, hasta
agradable. Madame, impecable còmo siempre, vestia de negro y tenia su cabello
tomado en un rodete bajo, lo cual le otorgaba un aire señorial y de manejo de
la situaciòn. El hombre, en cambio, tenia su cabello desordenado y los ojos
inyectados en sangre de quièn ha bebido bastante y la miraba còmo quièn busca
respuestas.
Irina sacò de un
pequeños saquito de gamuza el costoso anillo y el hombre quedò inmòvil. Ella le
explicò que era vidente y cual era su don, y paso a detallarle lo que habìa
visto al tocar la joya, y el tenor palideciò, temeroso de aquella mujer que lo
conocìa y le revelaba el lado màs oscuro de èl mismo, cuando se escucharon los
golpes suaves en la puerta y el Inspector Juarez entrò al cuarto.
Se miraron con
Madame Irina que lo invitò a sentarse y le comentò al tenor que cuando volviera
a Paris la policia francesa lo esperarìa para detenerlo ya que tenìa un
comunicado oficial de ellos de que poseìan pruebas acerca de uno de sus
crìmenes.
Igor, consternado
por la verdad se puso de pie para retirarse, pero Irina le entregò el anillo de
la piedra roja en mano, recordàndole que era suyo. còmo tambièn las muertas que
èl tenìa en su consciencia.
El diario de la
mañana tuvo una noticia central: conocido tenor ucraniano salta del balcòn de
su hotel. Se informò que una noticia que habìa recibido desde su paìs lo haba
llevado a tomar tan dràstica decisiòn, y la foto del hombre con sus ojos abiertos
a la eternidad llenaba la tapa.
Madame doblò el
diario y se quedò mirando el sol de la mañana que se filtraba por la ventana, y
pensò que al menos aquellas mujeres sufientes que había percibido descansaban
en paz, al tiempo que su hija le acercaba unas flores que traían una tarjeta
del inspector que decìa: Su don hizo justicia sin un disparo. Inspector Juárez.
Se arreglò la falda
y escuchò el golpe en el aldabòn de la puerta y se dijo: la vida continua. Y
otra dama se acomodaba en el sillòn de los clientes.
Cuando lo empiezas a leer quieres llegar hasta el final y eso es de vital importancia en una historia. El lenguaje claro y preciso distingue a los mejores autores!!!
ResponderEliminarComo era un cuento, lo copié y lo pegué. No sé por qué razón aparece con ese marco blanco, pero da lo mismo, no desmerece la historia. Tiene esa atracción sutil que nos engancha desde el principio al fin, en eso estoy de acuerdo, la soltura del lenguaje y su frescura a la vez son importantes también: es como me decías tú en el anterior comentario, el sutil toque fememnino
ResponderEliminarPara que no te ocurra lo del marco blanco, en el procesador de texto del blog marca todo el escrito como si lo fueras a copiar nuevamente y a tu derecha en la parte superior aparece una T con una x en rojo (quitar formato).
EliminarUn relato impecable que me sumerge en atmósferas borgeanas. Mis felicitaciones a la autora!!
ResponderEliminar
ResponderEliminarAgradeciendole la generosidad de los lectores, les dejo la direcciòn de mi blog http://cuentosdeayeresperdidos.wordpress.com/ dònde pueden hallar màs obras mìas. Desde ya muchas gracias a todos. Bett Gonzalez Casasola.