Los mejores regalos fueron unos puntos preciosos. Un beso que le di a Teresa el primer día y, al estar en el hotel de Lamego, había dos chicas que también atendían. Teresa me presentó a una. Y fue ella quien me quiso dar un beso. Se lo di también a Nieves, por la noche estaba sola y sólo Víctor y yo en la habitación, así que vino con nosotros. No le importó, aunque pusiera la forma o el momento de acostar a un niño. En Tomar había una chiquita portuguesa que cantaba. No era muy guapa, pero eso era lo de menos. Cuando terminó la celebración y subí al bus, me quedó la pena de no habérselo dado. Pero desde dentro me animaron y, aprovechando que estaba el bus parado, dije que iba a buscar una postal, que daban, pero no me dejaban salir, y se lo di. Al venir estuve hablando con una monja (había deseado hablar con la hermana Lourdes y sólo supe de ella al final del diálogo). Sabía psicología, a través de un poema supo que yo tenía un problema, y me dijo que escribiese mucho. Recuerdo que Lence, al principio casi del viaje, me dijo: “Poemas no”. Pero cuando veníamos, añadió: “El del incendio o nada”. La gente pidió más, la hermana Lourdes me animó y leí dos o tres. Ella leyó varios. Le encantaron. Sobre todo, “La esperanza”, era la más importante. Mi madre marchó y, el primer día, me llamó y vino Antonio, pero el crucifijo le quedaba pequeño y me dijo que se lo regalase a Susana.
Por la noche, vino mi padre y me preguntó: ¿Los
patos?. ¿Las gallinas?. ¿Los conejos?. ¿La bombona?. ¿La leche?. A todo le
respondí, lo había hecho. Incluso coger patatas y voy a tratar de engordar un
poco los conejos, pues yo los tenía delgados, es verdad, voy a ver si puedo
cambiar. Pero cuando vine los noté más aún. Me llamó la atención. Parece como
si lo que aturdiese fuese el continuo oír a mi madre diciéndote todo. Y,
además, escribo a máquina y, aunque ayer hice las camas por la tarde, también
las podría hacer por la mañana y hoy que Quico baja a Ramallosa, voy a
intentarlo. Me dijo que todos los días bajase yo, pero es cuestión de hacerlo
en media hora y llegar a ese programa de música para el recuerdo. Ahora que
Antonio me dijo que le daba igual el quedarse sin la cadena, que le bastaba que
le invitase a un cuba libre en Ramallosa, parece que ya tengo un problema
resuelto. Que parece que encontró la cinta amarilla y se metió en el baño.
Ahora se está secando el pelo. Jo, tarda. A ver si me da tiempo a concluirla.
La casa parece más tranquila ahora. Me llamó la atención un artículo que leí en
un Selecciones en el que hablaba de personas que son esclavas del tiempo.
Aprovecharlo ante todo, el tiempo vuela. No lo llegué a terminar. Voy a ver si
lo busco. Pero ésa es la forma de esclavitud más dada en nuestro tiempo. me
parece que es lo que sufre mi madre. No está bien. Y no es el fijarse horarios,
el decir de 9 a 10 escribir, de 10 a 11 regar, etc. No está bien. Esa es la
causa de tanta intranquilidad, elimina completamente la calma, y yo sólo puedo
luchar contra él cuando siento a mi lado a Quico. Me gustaría decírselo, pero
la verdad, ocurriría que nunca sabría cómo empezar. El escribir me ayudará, si,
se lo diré a Ana. Una vez mi madre me dijo: “Tranquilo”. ¿Qué sabría ella?. Me
da pena. ahora marcha Quico. Vino, y me apresuré en guardar todo. Por lo que me
gusta la cinta, sobre todo, creo que va a ser una tontería el esconderme. A ver
qué dice. Llegó él y no lo guardo. Tenía la radio y, cuando sonó una canción,
le dije: La grabo o no. Me dijo que no y se sentó a grabar él. Le dije las que
tenía. Me decidí. Y ahora, con una canción, le vi especialmente contento. Se lo
dije a Ana, una carta.
Pero papé me mandó a recoger manzanas y decidí
no mandársela. Tengo el papel ahí, pero no voy a hacerlo. Me dijo que recogiera
las buenas y las que se podían aprovechar, y él echó una un poco mala. Recogí
unas y después las vio. No le convenció sobre todo una. Le dije que era igual
que la otra y me pegó un puñetazo en la cara diciendo que la olvidase. Bueno,
no importa. Ya sabes que no tiene el sabor a odio. Y no le di importancia. No
pasó nada más. En las cenas ya hay más calma. Dijo: “Traje esas empanadas para
que se comiesen”. Tomé un trozo de pollo, media empanada que sobraba y fui a
recoger el plato. Mariora había hecho arroz con leche y me dijo si quería. Creo
que dije que si se podía; tenía un poco de temor porque si decía que si igual
me decía que era mucho. Bueno, no tuvo importancia.
Igual que al mediodía, por la tarde que le dije
si había para un bocadillo de plátano. Al prepararlo me dijo que si no lo
quería lo tomaría ella. Yo prefería que lo tomase ella, pero lo tomé yo. Hoy no
quería grabar, pero me afeité y al final lo hice. “España por África” fue la
primera. Voy a bajar a hacer unas compras y le llevaré el zapatito a Loli.
Estoy cuidando la leche y creo que me está entreteniendo. Pero no importa,
grabo.
Ya guardé los perros. Mi padre me dijo:
“Atiende fuera y no estés dentro. Coge las manzanas”. Pero lo haré cuando venga
Quico y vaya a grabar él. Tenía puesta Radio Popular, pero voy a dejar O.
Galicia.
Quería llamar a Pily, pero no creo que lo haga.
Le diré que me llame ella. No, no lo haré, mejor dejar las cosas como están.
Por la ventana del fallado se veía volar el toldo pues hacía mucho viento. No
lo quería sacar, que se las arreglase mi padre, pero me venció ese algo.
No lo entiendo. Hoy llegó y me pilló pasando un
poema que acababa de hacer. Lo guardé en el bolsillo y salí. Me había guardado
la bici y Quico me lo había dicho. Me había olvidado. Al subir a la cocina me
preguntó, en un tono propio para producir el miedo, qué había hecho. Le
respondí: La leche, hervirla, dos cajas de manzanas colocadas, los animales y
bajar al pueblo, donde tardé. Pero me dio miedo y olvidé afeitarme y hacer las
camas. Recogí el toldo. Estuve grabando y escribiendo. Dos hojas a máquina y un
rato grabando sin hacer nada. Pero eso no se lo voy a decir, así que reposaba.
No tenía preparado que sucediese esto, pero ahora ya sé.
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