cuando había oído eso. Mucho tiempo atrás había empezado a oírlo, incluso
habían tenido alguna riña con mi hermano. Pero yo no era como ellos, y no
quería ser así. Cuando llegaron las Navidades, ella me dijo que ya se lo podía
dar. Aquellas palabras me sonaron muy bien. Era lo que yo había estado
esperando.
Un poco más abajo del convento de Vilariño, vivía un amigo de Quico, Suso,
con siete hermanos, seis de los cuales eran chicas. Eran más pequeñas que yo,
la mayor creo que tenía quince años. Me gustaban los niños. No sé si era
para olvidar aquellos años o para sentirme querido. Lo cierto era que cada vez
era más tímido y no quería volver a ser como antes en ese tema. Muchas veces me
había parado a preguntar por qué lo hacía, y no sabía contestarme, pero odiaba
el día en que lo conocí y aquella soledad que me hizo refugiarme en él. No sé
si en el fondo me agradaría poder volver a aquellos tiempos. No lo quería, era
mi mayor quebradero de cabeza, quería que me lo hiciesen olvidar, pero ya se había
convertido en una lucha a vida o muerte, y uno de los dos tenía que retirarse.
Yo quería que todos me ayudasen a acabar con él.
La verdad es que me mostraba muy reacio a pedir un beso, siempre temía que
me dijesen que no, por eso buscaba a las amigas. Conchita, un día que fue sola
a Vilariño, siempre iba con alguien, aquel día no me acuerdo muy bien si fue
sola o los demás se marcharon. Cuando terminó la catequesis, creo que fue
entonces, le dije que viniera a dictarme un poema que había escrito para pasarlo
a limpio. Yo me senté y ella se puso a mi lado. Me dijo: "Cierra los
ojos". Creo que en aquel momento pensé en un regalo. Y los cerré. Entonces
me dio un beso en los labios, diciendo: "te quiero". Yo siempre había
considerado ese tema como un plano secundario: llegaría la edad. Tal vez
pensaba que sería el tiempo quien me la traería. Y, en un segundo, quizás me
imaginé que sería aquél el momento. No me fijé en quién pronunciaba aquellas
palabras. Yo también lo dije. Y se lo di. Nos dimos varios. Después ella se
retiró a otro sitio y yo terminé el poema. Reconozco que en aquel momento tenía
ganas de meterle las manos por debajo de las faldas, supongo que estaba
atontado por la televisión, pero una fuerza me retuvo.
Tal vez el estar en el convento, pero creo más bien que Dios me permitió
dominarme. Si lo hubiera hecho, me hubiese convertido en un esclavo de ese
recuerdo, como tantas veces lo era y aún lo soy de muchos otros. Después se
marchó. No sé por qué aquello me lo creí y al domingo siguiente, cuando le vi,
le pregunté si me seguía queriendo y ella me dijo que no.
Todo lo que escribes es un poco por pasar página de esos recuerdos.Cada poema es una terapia. Piensa -agua pasada no mueve molino-. La culpa y el sexo no van bien de la mano. Todos somos neófitos, cometemos errores, no sabemos interpretar los momentos. Nos equivocamos. Pero es esta sociedad de lo correcto la que pervierte las cosas más naturales. El sentido del pecado judeo-cristiano.
ResponderEliminarLo bueno:eso de meter mano, los besos robados, la caja boba, las seis hermanas. Lo no tan bueno: La obsesión, el catecismo y el convento.
raul
Lo bueno y lo no tan bueno forma parte de cada uno de nosotros porque lo llevamos arraigado desde que tenemos uso de razón, pero es lo que nos hace crecer y hacernos más fuertes, que no me refiero a más poderosos
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