¿Qué hace usted junto a mi silla?, ¿por qué a donde voy yo va usted
conmigo, como una sombra, como una espuela?. ¿Quién es el que me hace pensar
que usted no existe más que en mi mente?: he seguido las señales del camino
hasta este punto, no he atajado; me he mantenido fiel a mis pasos y al sonido
que retumbaba contra mí… pero hoy le pregunto quién es usted que domina todo mi
mundo y con sus dedos mueve todo lo que a mi cuerpo le pasa, ¿por qué es hoy y
no ayer?. Su cara no me resulta conocida, pero su aroma sí, su cara no me
resulta comprendida. ¿Qué hace usted ahí: imponente, irrelevante?. Mis pisadas
no se han distanciado de usted: le respeto… y eso es lo que hace que me respete
a mí mismo a través de su espíritu. Pero yo no he podido contener con esto la
furia que en mi alma se desataba: la sinrazón: ¿Y dónde estoy yo ahora?, ¿quién
ha perdido?. Aquí hemos perdido todos.
Interesante bancarrota de los credos y los clérigos. No sé todavía a quién pertenece la silla pero podéis tomar unas cervezas mientras lo estáis dirimiendo.
ResponderEliminarYo estaba con esa mujer, y, ¿qué hace usted ahora ocupando el sitio de mi alma?
En mi alma no, aquí no hablamos de sentimientos de pureza ni de emociones vanas. Muchas veces tomo las cervezas para no ver mi mísero reflejo en el fondo del vaso, como un presagio. No esperes mucho que llegará la dama de las siete noches para cerrar las puertas. No sólo qué hace usted en la silla, ¿y qué hago yo en ésta: a quién espero, a quién busco?. ¿Me escucharás cuando te llame?
ResponderEliminarMe gusta tu escrito!!!
ResponderEliminarGracias, Jordi. En lo de que escribir es una terapia coincido plenamente contigo. Después cada uno le aporta a lo que siente sus vivencias propias y todo junto contribuye a la evolución de un planeta, pues la palabra viaja grandes distancias sin pagar peaaje
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