Hoy cogí el tren hacia Vigo
porque tenía
que hablar
con el editor de un
libro:
me
lo quería publicar.
No le dije de qué
trataba
y eso me llamó la
atención,
porque los
temas
políticos
están muy en auge...
hoy.
Había perdido
la tarjeta dorada
y yo iba
preocupado,
pero el revisor me
preparó una copia
ya que no había
caducado.
Y él me facilitó una
nueva,
pero no de ésas, las
del banco,
por las que hoy se
pelean
los políticos… tanto.
Quería disfrutar del
viaje
y me había llevado
una
libreta,
para narrar los
paisajes
y todas mis
peripecias.
La ría no estaba en
calma,
hasta los peces daban
brincos:
me di cuenta que
pasaba
por Catoira, la de
los vikingos.
Pontecesures ya la
conocía
porque había ido
a una carrera:
el primero a
correr partía
y llegaba el último a la meta.
Me embelesaba
aquella ría
y me llenaba la
emoción
cuando sentí la
fuerza de Rosalía;
en las tierras de
Padrón.
Pero
yo iba abstraído en el libro:
por fin me lo iban a
publicar,
el paisaje me daba la
calma
pero la ilusión…
ansiedad.
Nos detuvimos a
esperar
un tren en sentido
contrario,
sabía que no iban a
chocar:
éste era un viaje
ordinario.
Veía el verde de las
aguas
y de las tierras
también el verde,
y sentía fuerza al
llegar
a la estación de
Osebe.
Porque
empezaría por un libro
y después seguro que
irían más,
porque el escribir te
atrae
cual si fuera un
talismán.
La siguiente
parada me llenó
de un misticismo
sagrado
cuando escuché el
nombre
santo
de nuestro apóstol
Santiago.
Y llegué a
Compostela,
la señal del buen
destino,
Compostela de
Santiago.
Un día haría el
Camino.
Y conocí
también
Ordes
que es un pueblo
singular,
de gente laboriosa y
noble;
pero no tiene puerto
de
mar.
Proseguía mi viaje
soñando
y fácilmente me
salían las palabras
cuando llegué a la
estación siguiente:
a la de
Cercedo-Meirama.
No, no quería
dormirme
porque todo me invitaba
a
soñar:
la belleza que veía
por la
ventana
y el libro que iba a
publicar.
A este editor conocía
por lo que el trato
era bueno,
aunque a veces
pensaba
que le interesaban
más los dineros.
Había editado, de
Vigo,
a otra gente
escribiente:
ellos me lo habían
presentado
como una editorial…
decente.
Pero a Vigo no
llegaba,
y ya se hacía tarde,
qué corte,
con las prisas había
cogido
el tren que me
llevaba al norte
y el editor me llamó,
confuso,
molesto y con
bastante furia:
él me esperaba en un
bar…
y yo perdido en la
Coruña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario