Ven,
divisa mis montañas
despejadas
que entre orillas de
silencio
da forma a mis mares
blancos
hasta encerrar tu pan
de azúcar
donde se confunde con
mi cielo.
Declina el día
y tu boca es lluvia
caprichosa
que se torna diáfana
en mi atmósfera,
descubre mis
sabanas,
mis sembrados,
mis lagunas;
y haz de mi un
tortuoso tío.
Confúndete en mis
sierras lejanas
y se árbol
frondoso
en los piélagos
fantásticos
de mi existir...!!!
(03-Nov-11)
Sólo restan las risas de los amantes entre caricias de leguminosas. El acto es grandioso pero echo en falta la comicidad de los Eternos, porque de existir algo tan sublime -azúcar y algodón de abrazos- hace falta la carcajada del impúber con el caramelo de la inocencia en la boca.
ResponderEliminarMary Bell siempre nos acaricia los sentidos sobre rieles de deseo, como ése que espera el tren en la estación que se levanta poco a poco: cadenciosa, sutil. Tal vez la tierra blanca sea ella y su camino el ensueño: penetramos en ella y apenas nos sentimos encadenados, pero somos conscientes de lo que sentimos. Y al sentirnos atrapados todo lo vemos diferente y buscamos huir
ResponderEliminarY que equivocados estamos en la huida (atrapados en los cuerpos es el amor o la muerte).
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