Una especie de huracán
trajo a mi alma
una tormenta de
besos,
un torbellino de
caricias,
un nuevo roce de
labios
y un mordisquito de
pechos.
La noche,
que no estaba
preparada
para nuestro
encuentro
derramó gotas de
lirios
que desprendieron el
follaje
de mis llanuras.
Ignorando la
sentencia
de unas manos
sangrientas
que se dieron a la
fuga
en tierras extrañas,
frías y desoladas.
Detrás de sus ansias
caminaban los Hados
implacables,
arrastrados por los
vientos salvajes
que llegaban al nido
vacío
huérfano de la boca
profética.
Ni siquiera
las sombras de la
noche
me alejaban del
castigo de la muerte,
terrible turbación se
volvió
fuego y relámpago.
Se oyó la señal
que anunciaba el
principio
de una guerra
subterránea.
Las notas de una
música
que maldecían los
dioses
agitaban el aire de
mis entrañas,
excitaban la piel de
mi boca,
haciendo latir mis
labios
con sensaciones
indefinibles
que estrangulaban mi
silencio
en lo profundo.
Enloquecí en el fuego
de una lengua soberbia,
en el estrépito de un
rayo fugaz,
en el deseo de un
huracán
que te trajo en mi
delirio
arrastrándote como
serpiente rival
que no se deja vencer
en las leyes sagradas
de lo prohibido.
(27-NOV-2011)
Se que no está bien consolarse debajo del escritorio pero tus palabras me mueven al ilícito prohibido.
ResponderEliminarTe creo, Raúl. Mary Bell siempre nos hace sentir a través del deseo que se oculta en unas palabras muy sugerentes y directas a través de imágenes igualmente directas. Dominar la emoción pero al punto dejarla fluir es un a ventaja
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