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Creo que voy a ir a bajar a buscar sólo eso,
¿no?; va a hacer mucho frío después. Ella me dice que espere. Me duele el pie.
Que espere un poco más… Bueno, pues espero; no
puede decirme que baje a pie por lo que me duele el pie. Me gustaría recordar
algún chiste para mañana, pero sé que se me va a olvidar, llevar la libreta es
un incómodo. Bueno, a ver…
Bueno, mañana es la final de baloncesto. Y
juega el Real Madrid. Hoy me trajo Yayo. Todo vuelve a ser como antes. No era
papá quien pasó por el pasillo… ¡Buf! no salí. Me pone nervioso lo que tarda.
Va a hacerse de noche.
Pero no bajo al pueblo: es demasiada noche para
la bici. Y lo avisé: creí que la culpa iba a ser mía, pero al decirme:
“¡Espera!”, me alivió. Al final no había que subir nada del pueblo: ya lo subió
mi madre. Aprovecho para escribir ahora que está sobre la mesa con un libro.
Escuchando “Tocata” creo que me he acordado mucho del viernes, de si será
verdad que habrá ese grupo. No sé, me queda buscar por aquí las cintas. Pues no
sé. Bueno, tampoco va a ser necesaria la canción de S. Gonder, lo que me espera
creo que va a ser lo mejor.
Me lavo la cabeza mañana, hoy me parece que
hizo demasiado frío. Ese día de fiesta, el día de Nochebuena, están mis padres
en Zamora y el día de la convivencia está también cerca… ¿es fantástico, no te
parece?. Bueno, va a empezar el partido dentro de un poco. Ahora… bueno, un poco
más.
Una palabra que borraba todo el dolor del
sufrimiento y que ayudaba a soportarlo con más ánimo: era una maravillosa
chavala.
Continuó hablando y directamente le definió la
timidez, muy común entre la juventud: “alguien que teme decir algo inoportuno,
algo que lastime a los demás”. Y ese algo también lo sentía él: era una
sensación horrorosa que le privaba de decir lo que en verdad quería decir. Algo
que no le dejaba vivir el amor como realmente él quería vivirlo. Algo
contra lo que no luchaba, pues lo consideraba tan dentro de si, que era inútil
su expulsión. Sin embargo ella me animaba a romperla, un sentimiento de amor le
decía que se podía romper, así como ella lo había hecho.
- ¡Querer es poder!- decía él. Y todo se puede
conseguir pues nada le es imposible al hombre.
Y su resolución fue firme.
- Lo haré. Ella me dio mucho más que eso.
Y me contó su historia, la historia de su
juventud. Y en ella todo lo que se podía ver era una asombrosa rotura con la
timidez y una gran sinceridad y confianza.
Aquel relato animó todavía más a nuestro poeta.
En su rostro quedó impresa una misteriosa pero al mismo tiempo eterna sonrisa.
Era una mirada de amor que siempre había buscado. Ya no había duda: era aquélla
su amistad.
Y este muchacho que toda su vida había callado
para no dañar a los demás, que lloraba en silencio al ver llorar a los demás y
que sufría porque su corazón no le daba todo el amor que él quería, volvió de
nuevo a vivir: a vivir desarrollando todo lo que en su vida significaba amor, a
vivir sufriendo lo que sufriese sin ver con malos ojos aquel dolor, a vivir
procurando alegrar la vida a los demás aunque llegase al punto de
desinteresarse de su propia vida, a vivir.
Ya había alguien por quien vivir, alguien para
quien la vida de este desgraciado tenía un sentido, alguien que le había
animado a seguir viviendo.
- La vida nunca pierde su verdadera esencia. Es la
voluntad quien te conduce por todos los bosques… pero hay siempre una estrella
que te espera al final. Jamás llega una a desanimarse.
Y aquella amistad había sido para él un nuevo
impulso en la conquista por la lucha de la vida.
La sinceridad y la confianza, que en el fondo
pensaba que debían ser los dos pilares fundamentales en una amistad, eran en
ella maravillosos. Y se los había regalado de primera, lo cual era más
maravilloso todavía.
Y pensaba en lo imbécil que sería si su vida
llegara a desviarse por los sentimientos de desesperación que siempre había
tenido. La vida sí merecía la pena porque es un cofre gigantesco que abre tu
corazón a las maravillas que siempre has buscado, porque todo tiene solución en
ella y porque lo único que no tiene sentido es la desesperación.
Además, ella denominaba esta amistad que
todavía había empezado a nacer como una de esas amistades que son mucho más
hermosas, que nunca acaban ni te hacen daño. Y compartía plenamente esa
definición. Así era la máxima amistad que buscaba y a sus veintiún años,
todavía en periodo de crecimiento y aprendizaje para algunos, ya se sentía
plenamente desarrollado y maduro. Y tan sólo un “te quiero” sincero y de una
amiga había sellado el amor para toda una vida.
A partir de ahora ya no le importaría sufrir ni
padecer, Dios le había ayudado a soportar todo el peso del dolor. En el amor
sólo podía descubrirse una cara verdadera, una cara que, además de ser un
incentivo para un esfuerzo personal, fuera una ayuda para vivir con los demás
con el perdón como bandera