Ya por fin has encontrado los cuentos en la libretita
pequeña. Bueno, pues a pasarlos. Todos te esperan, Lupe también. Pensaste en
casarte con ellas… tú ahora vive así, el tiempo dirá. Sabes que él quiere lo
mejor de lo que te pueda conseguir. Ya verás, podremos volver a escribir lo de
antes. A ver si tienes las cintas ahí dentro. En el viaje no las pusiste, se
estropeó el aparato. Aunque no te acuerdes, sé que te estás preguntando ¿qué
viaje?. Bueno, al menos pasamos un rato, la mano no la tienes tan fría. Malena
quedó en cama. Bueno, yo con la ilusión de vivir pronto.
¿Sabes?, aquella llamada que hiciste ayer a
Porriño no duró ni medio minuto, pero fue la que más te animó, ¿no crees?. Ya
tienes otra cara para Lupe. Justo ahora… fenómeno, ¿no?. La chica que se metió
allí abajo. ¿te gustó, no?. Si me dijo trola ella me lo dijo primero, me había
quedado mirando.
Bueno, no te propongas nada especial para estas
fechas.
¿Qué quieres?: te tengo a ti. Mejor de esta
forma. A ver qué nos reserva la Navidad: la convivencia tal vez serás lo mejor…
No, tal vez no; ya empiezan a llegar los primeros niños. Y un gatito como el
pequeño de casa. Ya van a ser y media. ¡Jo!, pasó el tiempo ahora rapidísimo.
Bueno, te entretienes con lo que dicen. Llegó Mayte. Espero otra vez. A buscar
la carne de Carmen, pero no sé si algo más. Mejor así: aprovecho para llevar la
carta. Pero a ver a qué hora. Mañana vas a Vigo y te quedará más cerca el
viernes.
En este periodo de rehabilitación muchas veces
se encontró con barreras insalvables. Barreras que además de oponerse se
encerraban en sí mismas… Y aquel muchacho se quedaba triste, porque quería
enseñarles el maravilloso mundo de la amistad y no querían conocerlo: preferían
quedarse en sus ambientes mundanos y no embarcarse en aquella aventura de la
felicidad… Y aquello le hacía llorar.
Poco a poco iba familiarizándose con aquellas
lágrimas: no decían nada a la realidad y podían morir sin que nadie lo supiese.
Otras veces, aquella tristeza llegaba al punto de
desear la muerte. Francamente no sabía lo que hacía. ¿Valía la pena vivir
cuando el amor no existía?, ¿qué sentido darle entonces a la vida?, ¿por quién
luchar?. No quería hacerse preguntas de este tipo, porque comprendía que
tampoco vale de nada desesperarse. Además, la vida no era así. Siempre que se
deprimía llegaba a él una palabra de ánimo interior que le empujaba a seguir
viviendo y buscando.
Pasaron algunos años y este chico ya había
pasado, no sin dificultades, aquel periodo nefasto. Ahora ya se sentía más
libre y podía desarrollar su camino: le tocaba regar aquella semilla y en su
cara dibujada una sonrisa, él sabía que podía crecer. Había descubierto otra
vida que podía crecer junto a la vida real, aquel sentido que hubiera podido
morir.
Había crecido, ya tenía veintiún años. Conocía
desde uno o dos años antes a un grupo de jóvenes que creían en la amistad y en
la grandeza de ir luchando juntos: se había arrimado a ellos, consciente de que
allí encontraría lo que tanto buscaba; le atraían sobre todo las convivencias.
Aquél era un mundo especial, era la realidad
que tanto había soñado: juventud unida por unas mismas ilusiones, conocerse por
unos mismos sentimientos… aquello era vivir en una misma eternidad de amor. Y
cuando entre toda aquella amistad, en donde cada una no se sentía una más si no
inmersa en un mismo amor, levantabas la vista a la soledad, contemplabas la
infinidad de Dios. Y a Él le veías en todos, luchando en una misma hermandad:
aquélla era la majestuosidad de su nombre y de su Reino. Quizás podías
encontrar más dispuesta y afianzada tu sinceridad junto con tu libertad misma
para luchar entre las traiciones.
Nuestro chico sentía una llamada desde lo más
íntimo de su alma, que le decía que aquél era el mundo que había buscado
durante toda su vida.
Y desde aquel día decidió sumarse a él: ofrecer
la amistad que en su corazón había para intentar ayudar a los demás. Comenzar a
reproducir aquel sueño y por él y en él extenderlo sin fronteras. La misma
divinidad eterna la haría conocer. Por otra parte veía un encuentro con Dios,
con el guía de su vida; en el fondo con el que la había llevado hasta allí:
aprender más de su palabra y embriagarse en su amor… dos capacidades que sólo
llegaban a él para repartirse al mundo.
Cierto es que todos estos pensamientos no
aparecieron el primer día, sino que los asimiló pasadas dos o tres
convivencias… pero todos estos rasgos los tenía presentes cuando comenzó a ir a
ellas.
Alguien se los decía, alguien que conocía
perfectamente su corazón y todo su ser y que conocía toda su vida. Alguien cuyo
espíritu latía allí y le había llevado para encontrarse de nuevo con él… para
presentarle su Reino, su Reino de hermandad en donde sólo se respiraba amor:
amor puro, pero no para tener guardado si no para desarrollarlo y extenderlo.
Aquél era el mundo que siempre había buscado,
el que le llenaba las manos y el corazón, el que siempre había vivido consigo.
Ya por fin lo había encontrado.
La convivencia era una especie de vivencia
cristiana ya preparada con anticipación que comenzaba un sábado por la tarde y
terminaba el domingo por la tarde. Nos ayudábamos unos a otros, intentábamos
reflexionar juntos compartiendo nuestras ideas y oyendo nuevos pareceres. No
estaba limitada a una determinada edad. Iban de todas, aunque solían predominar
las edades jóvenes, entre los quince y los veintidós años. No obstante había
personas mayores y niños más pequeños.
Había tres durante el año: una era a principios
de Enero, otra el sábado y el domingo antes de Semana Santa y la tercera a
principios de Julio. Y había un día llamado “Día de la Juventud” de convivencia
al aire libre: solía ser en Mayo, aunque podía cambiar…
- Realmente- pensaba yo- a estas amigas empezaré a
conocerlas a través de las cartas. Estoy seguro que todas me harán muy feliz,
el tiempo me lo dirá.
1.-En este periodo de rehabilitación muchas veces se encontró con barreras insalvables. Barreras que además de oponerse se encerraban en sí mismas… Y aquel muchacho se quedaba triste, porque quería enseñarles el maravilloso mundo de la amistad y no querían conocerlo: preferían quedarse en sus ambientes mundanos y no embarcarse en aquella aventura de la felicidad… Y aquello le hacía llorar.
ResponderEliminarPoco a poco iba familiarizándose con aquellas lágrimas.
2.- ¿Valía la pena vivir cuando el amor no existía?, ¿qué sentido darle entonces a la vida?, ¿por quién luchar?. No quería hacerse preguntas de este tipo, porque comprendía que tampoco vale de nada desesperarse. Además, la vida no era así. Siempre que se deprimía llegaba a él una palabra de ánimo interior que le empujaba a seguir viviendo y buscando.
3.-aquello era vivir en una misma eternidad de amor. Y cuando entre toda aquella amistad, levantabas la vista a la soledad, contemplabas la infinidad de Dios.
4.- Aquél era el mundo que siempre había buscado, el que le llenaba las manos y el corazón, el que siempre había vivido consigo. Ya por fin lo había encontrado.