Y posaste de nuevo tu mano en mis labios
con pedazos de
cristal
entre sus yemas… y yo
sentí el influjo de
una tierra
que había penetrado
en mí.
Abrí la boca al
instante y quise comer de ella,
saciarme de los
alimentos que me daba
y ser tiempo
como ellos: tiempo
de ése que nunca ha
de acabar.
Posaste la savia de
tus dedos
en los peldaños
de mi piel… y bebí
del subsuelo un líquido divino…
sus
nutrientes
que me iban a dar la
vida. Estábamos juntos:
tierra, aire…
y yo.
Una tímida luna
acariciaba los vestidos
de los que me había
cubierto la senda.
Así dejé que
penetraras en el alba que invadía mi cuerpo.
Y
perecí…
-2011-
Tiene cierto lirismo místico y mucha ingeniería de jardinero. Me agrada, pero creo que necesita alguna poda de ciertos elementos telúricos (tierra, aire y yo). Tiene escenas de una gran sensualidad: "Posaste la savia de tus dedos en los peldaños de mi piel… y bebí del subsuelo un líquido divino…". Tal vez el poema quede completo hasta ese "líquido divino" y el resto de nutrientes no le hagan falta.
ResponderEliminarSiempre con tu humor satírico, Raúl, pero esta vez puedo darte la razón. A veces hace falta leer dos o hasta tres veces un poema para darse cuenta de una de sus identidades. Podría cambiarse alguna palabra, porque desnudo el poema de ella tomaría nueva vida.
ResponderEliminaroye, me gusta eso de ingeniería de jardinero
Ironía, humor y nuevas perspectivas. ¡Brindemos por ello!
ResponderEliminarEl mejor jardinero es el que adopta al alma de la naturaleza y no aquel que pretende condicionar la creación a su propio ego (lo mismo ocurre con la poesía).
Basta alejarte del mundanal ruido para encontrarte (¿o reencontrarte quizás?) con el alma de la naturaleza. Ahora soy capaz de mirar y sentir al mismo tiempo la grandeza de lo que la naturaleza posa en mis manos; algo de lo que antes, arrastrado por una marabunta de identidades, se iba adentrando en mí y me fragmentaba de una manera casi irreal
ResponderEliminarLa naturaleza es el remanso de nuestros ojos, pero también puede ser dura y cruel como un amor desahuciado. Cuando queremos recobrar el equilibrio regresamos al seno de natura, como niños buscando un tibio pezón materno. La serenidad de esa belleza rutilante nos limpia por dentro de la misma forma que los simios se comen la piojera.
ResponderEliminarLos simios se comen la piojera como un gesto instintivo, como un gesto de limpiarse, si, pero no de limpiarse por dentro, algo que sólamente puede concebirse desde la consciencia: eso es lo que nos da la serenidad de la naturaleza... y está ahí para DARNOS, sin pedir nada a cambio.
ResponderEliminarCuando la naturaleza se hace cruel, es hora de preguntarnos qué hemos hecho para que sea así, qué parte de culpa tenemos en su evolución pues hay una ley de causa-efecto que es inapelable. Y aunque en algunos momentos se muestre dura y cruel, ella misma con el tiempo busca un equilibrio para sentirse en paz con el planeta: eso nos da lecciones de perdón y de armonía, ¿no crees?
Estamos en la misma onda!!! Lo de los simios y la piojera es simplemente un cuadro bucólico -el amor desparasitando el odio-. Añoro esa concupiscencia simiesca (reductos de paz sin mancillar). Lo más amable que podríamos observar al interactuar con un individuo nuestra misma especie sería algo así como: "te voy a sacar las liendres" que es lo mismo que "dejarse amar".
ResponderEliminarMuchas veces pensamos que amar a la otra persona, bien masculina o femenina es intentar aliviarle el trabajo, hacerle más llevadera la carga... y no pensamos que con ello nos la está cargando a nosotros, pues nadie es quién de medir hasta dónde puede conducirnos una acción. Y eso es importante ya que cada persona tiene un camino que recorrer y sólo Dios sabe las cuentas que tiene por saldar
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