y le dije que el regalo se lo traería por la tarde. Me dijo que no hacía
falta pues sabía que no tenía dinero. Cuando terminé de grabar la cinta, a las
dos menos algo, bajé a buscarle el regalo. No quería que me viese, así que dejé
la bici en casa de Lourdes. Allí no había nadie afuera, así que me quedé más
tranquilo, porque siempre temo el que empiece a hablar y no pare. Le compré el
marco para una fotografía. Me lo enseñó Ángeles, pues yo no lo había visto.
Ahora que van a hacer las fotos de la casa y las que le gustan a ella en un
marco, me lo traje. Cuando llegó le pregunté si tenía una foto mediana, pero no
supe decirle para qué y le dije para guardar yo. Después se la enseñé. Quico me
dijo: “Entre los dos. Toma mi parte”, aunque sólo aparecieron cincuenta y eran
cien más.
Le gustó, me dio otro beso y dijo que le
podíamos decir a mi padre, cuando llegase, que aquello había llegado en un
paquete a su nombre, señalando a la chica que aparece en la foto, y preguntarle
quién es. Me pareció bien, y así le animé a mamá. Cuando llegó yo le iba a
decir que lo hiciese, pero cuando había subido todo, se enfadó conmigo, como
suele hacerlo. Porque quise sacar los perros a la azotea. Ya los había sacado
antes, pero no sé quién fue el que abrió la puerta. En aquel momento los
intentaba volver a meter, pero a papá le molestó y me echó de allí. No fue eso
lo que me dolió más, sino que eso enfadó a mi madre, y así expresó su molestia.
Cuando pasó lo de Quico, fui a buscar en
el armario pues había guardado en una libretita doscientas pesetas. El domingo,
cuando Quico iba a salir, me pidió dinero, mamá también. Sé que quiso y no
quiso, hubo un enredo y estaba convencido que no, por tanto él me las había
cogido. Pensé mal de él y era mentira, pues se las había llevado el domingo. Lo
bueno fue que no discutí con él, seguro de habérmelas cogido. Ahora voy a
terminar el cesto. Muchas veces recuerdo eso que me dijo Teresa:
“por lo que ellos nos dan comida, etc”, pero cuando llega el momento, me quedo
siempre intranquilo.
Después de lo que pasó con mi padre, al volver
a la cocina, me acordé de decírselo, pero no tuve ganas, no quería hacerlo.
Ahora por la tarde se rompió la paz. Yo estaba en la cocina terminando la
bandeja. Muchos mimbres quedaban demasiado pequeños. Cuando empezó a doblarlos
recuerdo que los doblaba para ver cuánto tenía que meter. Yo no lo hice así.
Esto se debe a que hubo alguien que aturdió una especie de ilusión que yo
tenía. Creo que fue por de mojar el mimbre cada vez que quiera enredarlo. Ella
dice que de tanto mojar se vuelve oscuro y, en cuanto a la madera, se dobla. La
madera, sí lo he visto, pero el mimbre no; y no lo comprendo, porque si se moja
debe secarse y volver al color natural. La bandeja, la hice con un cubilete de
agua caliente y una esponja, como ella la empezó a hacer. Se rompían, aún en
donde estaban secos y me di cuenta de que, si no lo hago de un tirón, si vuelvo
atrás, se rompen. Quise dejarlo para más tarde, porque ya estaban muy dañados,
o que lo terminase ella, así se lo dije, estaba en el baño. “No lo voy a hacer,
no sé si le dije por ahora o
no”.
Se puso triste y me dijo: “Recoge arriba si no
lo piensas tocar más”. No pude resistir eso, así que volví y le dije: “No es
que no lo piense tocar más, lo dejo para más tarde”. La culpa fue mía, por
cortar los mimbres algunos demasiado sin darme cuenta, pero me extrañó esa
postura.
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