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martes, 23 de octubre de 2012

Cuando Quico se marchó


Cuando Quico marchó, se llevó la moto de Gil. Me pidió que cuando regresase, pusiera másica a todo volumen para que Malena no le oyese o le distrajera. Eso me gusta porque confía en mí, me recuerdo un día que dijo que en los escorpiones se podía confiar porque saben guardar un secreto hasta la muerte. Iba a bajar a buscar leche, pero no lo voy a hacer, porque aún me queda toda la cinta. Además, el lunes me dijo que no hacía falta. Me gustaría escribir como lo hago en otras ocasiones. A las doce, un poco antes, llegó mi madre, y Quico no. Me dio miedo por él, pensaba que le iban a oír.
  No fue así, cuando estaba preparado para entrar, me dijo que entretuviese a mi madre. No hizo falta, estaba en la habitación. La metió. Después, cuando dijo que le faltaba el casco, que estaba en lo de Chicha, quise ir a buscarlo para participar en la aventura. Se lo traje y lo tiramos por detrás del muro, con el cuidado de que no me viesen. Después él lo guardó, antes de eso lo trajo a la habitación, pues tenía que guardarlo en la de Mariora. Como dijo él, toda una aventura. Cuando estaba detrás del muro, pasó un señor y yo me puse a hablar con él acerca de la forma de matar un topo. Quico le decía que a manzanazos.
Me parece que le tomé el pelo, sin hacer falta, pero mi intención era poner algo de gracia en el asunto.
  Muchas veces me parece que Quico lee esa agenda mía naranja. La veo, muchas de ellas, sobre la mesilla y hasta creo que le vi un día con ella. Supongo que le gustará. La verdad, es que ahora por la tarde debía aprovechar para terminar la bandeja, esta mañana le cambié el mimbre roto. Debía estar haciéndolo y, sin embargo, no tengo ganas; a ver si tú me animas.
  Mi madre me ha mandado subirlas: la terminada tiene una mancha de tinta. No me acuerdo que se la haya hecho yo. Y siempre con el mismo tono agresivo.
  ¡Tranquila!-, como dice Quico. “tengo muchas ideas para la bandeja”, me dice. Pero me temo que siempre será un oír a medio enfadarse y un día tendré que arrepentirme. Siempre esperaba que diesen la razón a lo que tantas veces discuto conmigo mismo de que, en el fondo, son unos egoístas, sobre todo ella. Pues bien, ya me la dio Manolo, y ahora no me siento del todo tranquilo.
  Ahora por la tarde se fue al cementerio y fue en el coche. Me dijo: José Ángel, me abres el… ¡El portal de afuera!, te tocó- cortó Malena. Yo fui, me gustaría abrirle cuanto pudiese, pero siempre que recuerdo el “me da pena”, me acuerdo de aquello que me dijo: “Tú lo haces porque es tu deber”, y fue el día en que le dije que lo pretendía hacer por ella. A mí también me gusta coger alguna pera que haya por el suelo en el campo, que sé que le gustan, o manzanas oscuras, sólo con la intención de que las coma ella y le guste. O a veces después de bañarme, si me meto en cama lo hago con la intención de no mancharme mucho los pies, por lo que pueden ensuciar las sábanas, y si me quedo de pie, procuro andar lo menos posible. Tampoco me gusta verle en labores que tal vez podría hacer yo.
  Hoy mismo, le vi limpiando el techo de las gallinas, la uralita, y un rosal que no daba flor. Cierto que nunca me había fijado en eso, pero me parece que podía habérmelo dicho. Yo tampoco quiero que se esfuerce tanto. Me parece que nunca llegaré a ser nada, todo se habrá perdido detrás de mí. Aquel “todo sigue igual”, ¿qué me quería decir?. No sé. Mi boca se calló, mi mente, todo mi ser sucumbió. ¿Qué puede ser que quede de aquello. Llámame, tantas palabras quedaron sin pronunciar, que es algo que todavía no he olvidado.
  Sólo quedó palpitando una intención medio olvidada, mi nombre allí no llegó a consumirse. ¿Qué importa?. Incluso allí te seguiré escribiendo. Algún día diré que he aprendido algo. Y me parece que valdrá la pena seguir viviendo para esos instantes. En la tierra siempre encontraré algo que me diga que ya me vuelven a esperar de nuevo. Ellos no se cansan nunca, no sé por qué yo soy de ésos que se vuelven más intranquilos con la espera, que tienen llena la cabeza de ese “más tarde”, es como una ventosa, y cada vez me hace esperar nada. Nada que me pueda guiar, nada que pueda dirigirme eso sólo (Bueno, déjalo. Acaba de aparecer la canción ésa del teléfono y ya no sé por dónde iba); pon, mente. A mí me parece que el mal es otra cosa. Puede ser algo parecido a la realidad, a la que dice que no se puede comunicar a través del lenguaje. Algo que desconocemos, sólo hemos aprendido de él a separar un “si” de un “no” y supongo que él es algo más grande que todo eso. De lo que sí estoy convencido, es de que siempre existirán las palabras que puedan llenar el vacío que deje a su paso y, ¿quién sabe?, ir componiendo una escalera que refleje toda la verdad que puedo conseguir. Me parece que es mejor no darle importancia a todos esos detalles que quieran ir recogiendo lentamente la construcción. Quitarlos del medio, sólo basta un suspiro. No hace falta hablar, aunque sé que si te soltara, correrías; pero debes pensar que tal vez hay cosas iguales en ti.                 

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