Cuando Quico marchó, se llevó la moto de Gil. Me pidió que cuando regresase, pusiera másica a todo
volumen para que Malena no le oyese o le distrajera. Eso me gusta porque confía
en mí, me recuerdo un día que dijo que en los escorpiones se podía confiar
porque saben guardar un secreto hasta la muerte. Iba a bajar a buscar leche,
pero no lo voy a hacer, porque aún me queda toda la cinta. Además, el lunes me
dijo que no hacía falta. Me gustaría escribir como lo hago en otras ocasiones.
A las doce, un poco antes, llegó mi madre, y Quico no. Me dio miedo por él,
pensaba que le iban a oír.
No fue así, cuando estaba preparado para
entrar, me dijo que entretuviese a mi madre. No hizo falta, estaba en la
habitación. La metió. Después, cuando dijo que le faltaba el casco, que estaba
en lo de Chicha, quise ir a buscarlo para participar en la aventura. Se lo
traje y lo tiramos por detrás del muro, con el cuidado de que no me viesen.
Después él lo guardó, antes de eso lo trajo a la habitación, pues tenía que
guardarlo en la de Mariora. Como dijo él, toda una aventura. Cuando estaba
detrás del muro, pasó un señor y yo me puse a hablar con él acerca de la forma
de matar un topo. Quico le decía que a manzanazos.
Me parece que le tomé el
pelo, sin hacer falta, pero mi intención era poner algo de gracia en el asunto.
Muchas
veces me parece que Quico lee esa agenda mía naranja. La veo, muchas de ellas,
sobre la mesilla y hasta creo que le vi un día con ella. Supongo que le
gustará. La verdad, es que ahora por la tarde debía aprovechar para terminar la
bandeja, esta mañana le cambié el mimbre roto. Debía estar haciéndolo y, sin
embargo, no tengo ganas; a ver si tú me animas.
Mi madre me ha mandado subirlas: la terminada
tiene una mancha de tinta. No me acuerdo que se la haya hecho yo. Y siempre con
el mismo tono agresivo.
¡Tranquila!-, como dice Quico. “tengo muchas
ideas para la bandeja”, me dice. Pero me temo que siempre será un oír a medio
enfadarse y un día tendré que arrepentirme. Siempre esperaba que diesen la
razón a lo que tantas veces discuto conmigo mismo de que, en el fondo, son unos
egoístas, sobre todo ella. Pues bien, ya me la dio Manolo, y ahora no me siento
del todo tranquilo.
Ahora por la tarde se fue al cementerio y fue
en el coche. Me dijo: José Ángel, me abres el… ¡El portal de afuera!, te tocó-
cortó Malena. Yo fui, me gustaría abrirle cuanto pudiese, pero siempre que
recuerdo el “me da pena”, me acuerdo de aquello que me dijo: “Tú lo haces
porque es tu deber”, y fue el día en que le dije que lo pretendía hacer por
ella. A mí también me gusta coger alguna pera que haya por el suelo en el
campo, que sé que le gustan, o manzanas oscuras, sólo con la intención de que
las coma ella y le guste. O a veces después de bañarme, si me meto en cama lo
hago con la intención de no mancharme mucho los pies, por lo que pueden
ensuciar las sábanas, y si me quedo de pie, procuro andar lo menos posible.
Tampoco me gusta verle en labores que tal vez podría hacer yo.
Hoy mismo, le vi limpiando el techo de las
gallinas, la uralita, y un rosal que no daba flor. Cierto que nunca me había
fijado en eso, pero me parece que podía habérmelo dicho. Yo tampoco quiero que
se esfuerce tanto. Me parece que nunca llegaré a ser nada, todo se habrá
perdido detrás de mí. Aquel “todo sigue igual”, ¿qué me quería decir?. No sé. Mi
boca se calló, mi mente, todo mi ser sucumbió. ¿Qué puede ser que quede de
aquello. Llámame, tantas palabras quedaron sin pronunciar, que es algo que
todavía no he olvidado.
Sólo quedó palpitando una intención medio
olvidada, mi nombre allí no llegó a consumirse. ¿Qué importa?. Incluso allí te
seguiré escribiendo. Algún día diré que he aprendido algo. Y me parece que
valdrá la pena seguir viviendo para esos instantes. En la tierra siempre
encontraré algo que me diga que ya me vuelven a esperar de nuevo. Ellos no se
cansan nunca, no sé por qué yo soy de ésos que se vuelven más intranquilos con
la espera, que tienen llena la cabeza de ese “más tarde”, es como una ventosa,
y cada vez me hace esperar nada. Nada que me pueda guiar, nada que pueda
dirigirme eso sólo (Bueno, déjalo. Acaba de aparecer la canción ésa del
teléfono y ya no sé por dónde iba); pon, mente. A mí me parece que el mal es
otra cosa. Puede ser algo parecido a la realidad, a la que dice que no se puede
comunicar a través del lenguaje. Algo que desconocemos, sólo hemos aprendido de
él a separar un “si” de un “no” y supongo que él es algo más grande que todo
eso. De lo que sí estoy convencido, es de que siempre existirán las palabras
que puedan llenar el vacío que deje a su paso y, ¿quién sabe?, ir componiendo
una escalera que refleje toda la verdad que puedo conseguir. Me parece que es
mejor no darle importancia a todos esos detalles que quieran ir recogiendo
lentamente la construcción. Quitarlos del medio, sólo basta un suspiro. No hace
falta hablar, aunque sé que si te soltara, correrías; pero debes pensar que tal
vez hay cosas iguales en ti.
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