Espiaba al sol tras los
cristales. Sus rayos, sus continuos movimientos a mi alrededor me hacían pensar
que estaba de acuerdo, que se estaba engalanando para mí. No podía, no, mirarle
de frente: su fuerza me arrastraba, me podía cegar. El cielo azul, grandioso,
limpio… un sol omnipotente frente a mí. Me arrebataba su encanto, su misterio y
su embrujo. Y yo le espiaba con languidez en los labios, que unas veces era
pasión y otras arrebato. Mis dedos goteaban la soledad, él me daba su alma. Y
me sentía parte de él.
Abrí la puerta celosamente
y naufragué hasta lo hondo del cuarto.
Allí estaba ella,
tal y como me lo había imaginado
en la soledad. Allí, en lo profundo,
semidesnuda. Y me senté a su lado. Ella
fue descubriéndome
las palabras, los recuerdos
de antaño, ella fue para mí otra vez. En
lo profundo del cuarto, uno frente al otro,
la noche se cerraba en torno a ambos.
Y le abracé. Y le besé también. Allí, en
la oscuridad de los tiempos.
La noche era soledad.
-1989-
Y que noche tan hermosa..en la oscuridad de los tiempos...en esa noche que era soledad pero una diosa iluminaba para ti esa noche de los tiempos .
ResponderEliminarBellísimo!!
Besos!
Te agradezco mucho tus palabras, Antonia. He estado dos semanas ausente, no terminaba de normalizarse el ordenador, espero que en breve pueda presentaron algún libro de los míos. Tienes razón en lo que sientes y comentas, la noche es hermosa, pero es también un momento de agradables reencuentros. Primero contigo mismo y eso te une al resto del universo, en armonía con él
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