Tenía algunos sucios. Más de malhumor. Entonces
llegó Nacho y me dio más rabia aún. Varias veces pensé en estallar. Contarle
toda la historia sería lo mejor. Pero en aquel momento no. A como estaba, ¡jo!
tú bien sabes que daría todo lo que fuese por calmarla. Yo me decía: Tanta
paciencia, tanto hablar con los curas, pero te olvidas de mí. Si, era culpa mía
por no saber organizar el tiempo, pero un poema mío no se puede dejar para una
hora determinada. Además, era yo la vida, ¡qué caray!. Llegaba a envidiar a
Lourdes, a envidiar todos esos momentos de muerte. Y lloré, me daba rabia,
porque tal vez sería un llorar de cobardes. En aquel momento sé que lo pasé muy
mal. Varias veces me había parado a pensar un futuro muy oscuro. En un momento
se paró y me preguntó: ¿qué te dije?. Y se lo expliqué desde mi punto de vista,
pero pensaba “lo mismo de siempre”. Hoy, al levantarme, no tenía
ganas de hablar con nadie. Bajé a cortarme el pelo, suponía un esfuerzo el
hablar con mi madre. Después subí, hablé con Malena, una pregunta, pero no me
contestó. Después me dijo: “Vacía los cubos”. Y pensé: “Para eso, si”. Pero lo
que más me enfadó fue cuando mi madre le dijo a Quico, hablando de Borreiros y
de sus diálogos con don Manuel. Contestar no es bueno, pero cuando uno sabe que
lleva la razón, no sería contestar en este caso. Eso me enfadó. O lo que dijo
un rato antes: “Tú, ayer, me causaste extrañeza”. Yo pensaba: Y tú a mí. Todos
parecen enfadados conmigo menos Quico. Pensaba mucho en contarle toda la verdad,
pero también recordaba a todos cuantos me habían aconsejado que viviera mi
vida. ¿Y ella?.
Hoy sucedió una cosa curiosa. Es domingo, la
una y media y sólo estamos mi padre, ella y yo. Primero, hace un rato, me dijo:
¡Ay!. ¡Cuánta falta me haría la moto para ir a Ramallosa a buscar jamón Cork!,
¡cuánta falta me haría Quico o alguien para que fuese!. Yo le dije que podía ir
yo. Me ponía un pantalón sobre el traje de baño, los tenis sin calcetines y la
camisa. “Tú tardas mucho en subir”, “tardas en cambiarte”. “Yo quería a Quico”.
Al cabo de un rato, me dijo: “Bueno, vete tú”. Y fui. Después había que
llevarle una pizza a Matilde. “Papá no va a querer”., “Mariora no está”. “Tú,
en la bici no puedes”. “Andando tardas mucho”. Al final fuimos. Me da pena el que
sólo pueda fijarme en aquellas cosas que puedan considerarse malas.
Ayudadme, porque cuando yo empecé a escribir,
quería contar estos tropiezos para así poder desahogarme mejor y no tener ira y
odio hacia lo que mamá, porque siento que, a pesar de todo, sigue siendo a mí
al que más quiere. No sé qué puede ser de mí mañana, creo que aún tardaré mucho
en concebirlo. El miércoles, cuando vinieron las señoras a trabajar, me fui con
ellas y cuando me iba a sentar a la sombra, llegó ella y dijo, gritando, que eran
ellas quienes me hacían daño con tanto pobriño. Me fui a casa porque me mandó,
y se quedó con ellas. “Yo también odio ese “pobriño” de Palmira, pero procuro
pasar de él. Cuando a las nueve, fui hacia las gallinas, estuve con las
señorass y me dijo Isabel que la bronca había sido tremenda. Yo le dije lo que
me ocurrió con Quico y que lo prefería a él antes que a mi madre. Hablaba
pensando en el mañana, aunque no lo espero. Me respondió que mucho me
arrepentiría de esas palabras. Creo que no lo entendió.
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