Está cambiando el tiempo. Veo caer el granizo
con prisas a través de mi ventana,
como si tuviera urgencias por teñir de blanco la
tierra a sus pies y yo nada puedo hacer contra eso, más que ponerme a cubierto
bajo un viejo tejado de uralita que por lo menos me cubre.
Hace tiempo arrancaron los eucaliptos de esta tierra,
ésos que estaban devorando las piedras colocadas por el hombre por doquier,
pero sólo yo sabía que me tapaban, que limpiaban mi ventana de los vientos
nefastos… y que algunas veces me hacían soñar. Hoy ya nada: los arrancaron… y
me desnudo ante ellos aunque saben bien que siempre me tuvieron así, detenido
tras mi habitación de amplios ventanales.
Hace tiempo la tormenta besaba sus altas ramas,
erguidas… y eso ellos y yo lo sabíamos, lo compartíamos. Cae el granizo con
ímpetu, su rigidez cubre las huellas que ellos han dejado sobre el suelo como
una manera de volverse a ver…
Los tiempos están cambiando.
¡Además de la crisis social, tenemos la crisis maderera (que afecta mucho más a nuestro incauto espíritu)! Yo no me lamentaría por un solo eucalipto (arrasador de la fertilidad en nuestros montes por un puñado de celulosa). Pero tu los observas desde tu retiro como protagonistas y serenos acompañantes de la existencia en común. Forman parte del paisaje y de la vivencia. No todo lo malo, por malo, tiene que ser malo.
ResponderEliminarEstamos hablando de especies arbóreas y el bosque no nos deja ver el árbol. El árbol es tu poema, lleno de matices. Y yo, con especial saña, lo deshojaría hasta ver arrancar un particular otoño (desierto y puro). Quiero decir: es un poema que puede aportar algo más con esfuerzo y dedicación.
No defiendo el eucalipto, Raúl, pues sé que aunque sea de rápido crecimiento asola en demasía el paisaje. Junto a mi casa había bastantes eucaliptos, configuraban el monte de alguna manera. Los vientos, las lluvias, los temporales... todo pasaba por ellos. Y un día lo limpiaron todo; ¿para construir?: eso no lo sé. Esa especie dañaba el monte, es verdad, pero ver el monte limpio de árboles tampoco me gusta. Esos eucaliptos los recuerdo de cuando era pequeño. Los días de viento temblabas con ellos, pero el silbido del aire al pasar entre sus ramas te traaaía recuerdos y nostalgia
ResponderEliminarMe estoy tomando una infusión con algo de miel de eucalipto (primera bondad de este árbol australiano).
ResponderEliminarPara despejarse de los catarros de abril nada mejor que unos vapores de sus hojas (segunda bondad).
No quiero enumerar sus maldades (que son muchas y bien conocidas), además de su amor por el fuego y su tiranía en el espacio hacia todas las especies conocidas (animales o plantas). Sirviente de si mismo y del hombre, desconozco si estaba en la "caja de Pandora" cuando ésta la abrió por primera vez.
Lobezno
Lobezno, cuando era pequeño también recuerdo lo famosos vahos de eucalipto que me preparaban para curar el catarro: era mano de santo, cuántos me curaron a mí. Pero el eucalipto también tiene unos efectos perjudiciales para el campo y es de entender. Cuando limpiaba los caminos escuchaba que muchas veces substituíamos el carballo por el eucalipto por su rápido crecimiento y eso era perjudicial, porque el carballo era la especie autóctona
ResponderEliminarNos estamos volviendo ecologistas???
ResponderEliminarNo es eso, Raúl. La naturaleza es parte del hombre y el hombre es parte de la naturaleza
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