Recuerdo
que ayer, cuando por la noche salimos, en Bayona, cuando aparcamos el coche, al
principio no quería ir con mis padres (Jo, qué aburrimiento, sin hablar).
(Bueno, sólo es un rato). Cuando íbamos por la acera, yo fui detrás, porque iba
a mi paso, tranquilo. Ella se volvió, y me dijo: Eres tú quien se margina.
"Si, quizás, antes si". ¿Te das cuenta?. Ahí quedó la cosa.
Cuando estábamos bebiendo, que Quico me cogió un papel que llevaba en la camisa
y me pidió el bolígrafo, que no lo llevaba, contando que a veces me despertaba
a las horas de la mañana para escribir, yo intentaba estar alegre, con los
demás, y miré a mi padre, no sé por qué. Él estaba intentando esos ojos de
mirada fija para intranquilizarme. Pero me dije: ¿Qué crees que haces así?. Y
no pasó nada más. Ahora hubo una discusión con Quico, más que una discusión,
una riña. No salí muy contento de ella. Cuando iba a hacer la primera bandeja,
me dije: ésta por ser la primera. No sé cómo saldrá, pero veo qué tal. Mamá me
dijo que bien, pero a mí no me terminaba de gustar del todo. Hoy me dispuse a
hacer otra, pero estudiando cómo podía ser. Después de más o menos una hora, vi
una posible solución. Empecé a hacerle agujeros, y Quico me llamó para que le
sacase la escalera. Me enfadé, pero dije "después la termino". Y
salí. Fui a buscarla al sótano y no estaba. "Voy a los conejos y me queda
de camino a la caseta. Pero arreglé aquello y no sé si estará. Bueno, voy a la
caseta y luego allí". Fui a la caseta y no estaba. "Ahora recuerdo
que la coloqué en los conejos". Pero iba un tanto enojado. Se la llevé y
me dijo que le buscara la tijera. "Creo que la he visto en los
conejos". Pero discutí. "Jo, no sé, creo que las usó papá".
Cuando le traje una, iba a llevarle la escalera. "No, la llevo yo".
Comprendí que se había enojado e intentando calmar un poco, le dije: "Así
lo llevo con la azada y hago fuerza". Me respondió: Eso lo tenías que
haber hecho hace nueve años". Y me fui, disgustado. Lo que me admiró tal
vez tanto como el que más, fue un día que estaba haciendo la habitación y, sin
querer, leí una carta de mi hermano. Y digo que me extrañó porque a mí me
habían dicho un día que mis palabras eran bonitas porque hablaban de algo
poético, pero él… no sé cómo definirlo, tal vez porque hablaba con la intención
de aconsejar, todas intentaban aclarar un problema. Y eso me señalaba más a lo
que podía ser la sinceridad. No eran muchas las amigas que buscasen eso, no, no
es verdad, alguna vez todas lo hicieron, lo que me admiró fueron aquellos
consejos. Esos si eran de verdad. Mis consejos eran vulgares, a veces hasta ni
tenían salida. Y los dejaba sin acabar. No sabía acabarlos. Todo se quedaba en
las intenciones. Se volvían niños, como yo, y eran tan distantes, que les era
mejor perderse.
No sabían, se contentaban con lo de siempre. Se hacían ridículos, debías ser tú
mi auxilio. Mis palabras querían hacerse apoyar, trataban, pero no encontraban
a nadie. Sentían, a solas, que ya había pasado el tiempo, sentían que su llegar
era siempre un llegar tarde. No habían nacido para mí, estaban muy lejos, muchas
veces intentaba consolarles. Ponían toda su buena intención, pero ahí se
quedaban.
"Tú siempre me enseñaste, tú siempre fuiste mi compañera. No sé qué
decirte, tal vez por que oigas mis equivocaciones, aprenderás la verdad. Ya
sabes cómo soy: nunca en el mismo sitio. No podré responderte a eso que buscas,
tú me ayudarás a mí. Muchas veces me dicen que no reconozco mis errores, y yo,
que siempre he aprendido en la educación de callarse, me callo. Y no puedo
decir nada, porque si sigo algo "me parte la cara". Con mi madre es
distinto, pero es también la misma tensión. Me admiró siempre la facilidad de
mi hermana, Malena, por que cambie de tema. Sin embargo, hoy estaba mi madre
limpiando una esquina del césped y me pidió la hoz que había comprado. Le dije
que tenía que estar en los conejos. Sobre la jaula, en un estante, sobre el
pilón, no estaba. Entonces se desahogó: "Doscientas pesetas tiradas, soy
yo la que trabaja en la Ferretería y estoy muy cansada de aquello, pero no
puedo dejarlo porque se necesita el dinero". Ya no era tanto el efecto de
eso sobre mí, pero me fui enfadado. La usé una vez, si, pero la dejé sobre los
conejos, varias veces dije que no la había usado, pero lo dije porque cuando la
usaba, la dejaba sobre los conejos. "La ves tirada y no la recoges".
El defecto mayor que tengo en esos instantes es que necesito bastante tiempo
para fijarme bien, porque los ojos se clavan en cualquier cosa. A la caseta, al
sótano, después fui a los conejos otra vez, pero ya iba pensando que no tenía por
qué decir eso, porque no sabía cierto si había pasado eso. Pero bueno, eso lo
dice siempre. Después de varias vueltas y de preguntárselo a Quico (a él creía
habérsela dado, pero no sabía cierto que era este día, o ayer, pero me decía:
Ya verás como no la tiene, el culpable soy yo, sólo falta eso). Me dijo que no,
y me deprimí un poco más. Después de buscar un rato más, me asordé: Solían caer
entre las rejas donde comen los conejos. Y fui. Allí estaba.
"Mis consejos eran vulgares, a veces hasta ni tenían salida. Y los dejaba sin acabar. No sabía acabarlos. Todo se quedaba en las intenciones."
ResponderEliminar¡La intención es lo que cuenta!
lobezno
Tienes razón, Lobezno, nunca deberían pensarse que son vulgares los consejos, nunca lo son, pero algunas veces estos pensamientos son parte de una evolución y eso debe ser lo que nos ayude a superarnos.
ResponderEliminarEste niño dudó, su mirada de niño, pero a la vez se hizo más fuerte