Allí estaban
Susana y Betty ya no me acordé de la pregunta. No hacía falta preguntarles, les
cogía o les decía mi intención, y sé que, tras una sonrisa, iban a bailar.
"Después tú", y ella me decía con los ojos: "Si, después
yo", también sonriendo. O con gestos: "Si, si; no, no estás cansada,
pero si. A bailar". Y los chicos delante. Eso me hacía feliz. ¿Marcharme
dentro de un rato?. Ahora no puedo. Bailaba una y después me iba. En un rato,
ella me dijo que no, pero no seria. "No, que estoy cansada". Y le respondí:
Bueno, vengo después. Y bailaba con otra. Pregunté la hora, y me dijeron las
nueve y media. Bailé y me fui. Lo último que le dije a Betty es que, bueno, me
iba volando.
Muchas veces, hablando contigo, notarás que voy gradualmente alzando el vuelo,
alejándome de esta tierra, la tierra que tal vez me da la vida. No, no me
alejo, yo soy un ave y me alimento de un interior que fluye. No es difícil
captarme esa sensación, porque me dicen que mis ojos parecen iluminarse y
aflora esa sonrisa de siempre para ella y yo. Y me uno más a la vida, allá sé
que me espera el horizonte y él me la volverá a enseñar, para que pueda seguir
volando. No es raro que sea así, siempre lo estaré esperando, me ocurre muchas
veces, yo quiero ser el pregonero de esta ilusión y para mí es realidad. Sólo
así me sentiré en paz, con ella, oyendo cuanto me recuerde que puedo ser. La
esperanza vendrá vestida de felicidad. Alzaré más y más el vuelo, así llegaré a
sentirme más libre. Quiero que me comunique con eso que él y yo siempre hemos
querido ser. El pasajero de las altas copas, por un momento quiero vivir. Y
esos altos vuelos no es que sólo los tenga contigo, es que solamente los quiero
tener contigo.
Hoy no sé cómo me enfadé. De aquellos dos conejitos que habían quedado, dijo mi
madre que habían muerto los demás porque se les habían mojado las patas, tanta
suciedad acumulada porque el primer día me dijo que el conejito había muerto de
matafogos (es una hierba que les hace daño, mortal para ellos) y que
tenía que desinfectar aquel cuarto donde dormían, así que lo había cerrado.
Creo que fue el viernes, o tal vez el jueves, cuando lo había limpiado ella,
porque recuerdo que al día siguiente me alegró de que no hubiera muerto
ninguno.
El día que murió uno de estos dos me parece que fue el domingo, recuerdo que
debía ir a algún sitio sin falta. Creo que también lo pensé porque tenía la
ropa limpia. Además, eso de que si lo dejaba allí fuera podrían andar los
perros con él me daba miedo de eso y en un primer momento no quise que se
enterase mi madre, aunque si se lo pensaba decir. Me acuerdo que pensé: Lo
guardo en esta bolsa, aquí en la parte de atrás de la madera con una pequeña
maderín vertical (antes era una caja, pero ahora sólo le quedaba esa base y el
resto del esqueleto. Allí habían dos bolsas con carozos de maíz y telas de
araña). Lo dejé en la bolsa y metí el borde de la misma por debajo para que no
pudieran sacarlo de dentro los perros o los gatos. Y me decía: Espero que dure
así hasta mañana. Ahora voy a misa, vendré casi a la hora justa para hacer las
camas, atender los animales y comer, y por la tarde voy al dos mil. Me parece
que no lo cogerán los perros. Ay, es verdad, que ayer fue lunes, pensaba que
había sido domingo, dijo que el avión vendría uno de los tres días a hacer la
foto. Creo que fue lo que me distrajo. Era su santo. Esta mañana quiso que
fuéramos Quico y yo a misa. Me dijo que si y yo, aunque en un principio dije
que no, terminé diciendo que bueno. Y fuimos, pero ocurrió que al salir a las
ocho y veinte, el conejo estaba allí, mordido. No sé qué fue lo que dijo, me
molestó más al venir que me dijo: "Ahora lo primero que haces es cogerlo e
irlo a enterrar". Ya lo pensaba hacer, por eso me molestó. Pero no
importó, lo que me molestó fue lo que dijo después. Le dije que había muerto
ayer, porque estaba convencido que ayer había sido domingo. Ayer no, ese conejo
lleva ahí más de una semana. Se murieron todos seguidos, ése murió cuando yo
desinfecté la jaula. Y fui a enterrarlo: Si quieres, di que fue el año pasado.
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