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miércoles, 13 de julio de 2011

Quico a veces se enfadaba conmigo

Quico, a veces, se enfadaba conmigo y eso me disgustaba. Tenía encendida la luz de la mesilla y a mi cama, en la esquina opuesta de la habitación, aún le llegaba un poco de luz, así que leía la libreta de poemas. Y él me decía que durmiera. Yo me disgustaba, y no sabía por qué lo hacía. El grupo de la J.U.M. fue también parte de mi educación. Unas reuniones, en verano, eran en la casa rectoral de Santa Cristina, aunque muchas veces eran fuera, junto a la entrada de la iglesia. Tiempo antes habían sido en Borreiros y, antes de ir allí, habían empezado en Santa Cristina. Pero me parece que a don Celso, el sacerdote organizador o más bien el director, creo que fue quien inició este grupo, lo que más le afectaba era ese problema sexual, y a partir del primer día que hablé con él, me lo presentó como un problema más profundo y grave. Y comencé a temerlo. Pero seguía cayendo, a veces sin querer, y otras balbuceando, y todo eso comenzó a hacerse psíquico para mí. Hasta que varios meses más tarde comencé a enfocarlo desde otro punto de vista; si me fijaba mucho en eso, perdía parte del rumbo de la vida. Pero lo malo es que siempre volvía. Me parece que el no hacerle caso, obtuvo resultados bastante satisfactorios, aunque el problema no se quedaba solamente en eso, sino que llegaba a pensar que si llegabas a un abuso, llegabas a ser impotente. No sé quién fue el que me dijo que eso era un problema de nacimiento. Y pensé pronto que sería mejor no haberlo sabido, porque seguía cayendo. Siempre después me quedaba el dolor interior de haberlo hecho, pedía perdón, pero me quedaba la esperanza de un mañana. Sé que mi madre un día le comentó a Quico, hablando de ese tema, que ella temía mucho que yo cayese en ese problema. "Me gustaría decirte que es verdad-murmuraba para mí-, pero me parece que hay un muro en medio. Tú te lo tomas todo tan a la tremenda, que me da miedo el comentarlo.
Tú echarías todo por los suelos si esperas oír el resto". Me gustaba confesarme a menudo y con diferentes sacerdotes. Oír posibles soluciones. Y también intentaba poner de mi parte algunas soluciones. Pero todas esas soluciones, parecía como si le enfadasen más. A tanto llegó el problema, que a veces me sentía orgulloso de haber conocido ese tipo de placer.
Parte de culpa la habían tenido las malas conversaciones, las imágenes, pero sobre todo esas revistas que mi padre guardaba en la habitación. Al quedarme solo en casa y necesitar algo para animarme, pues pasaba lo que pasaba. Le seguía echando la culpa al diálogo. Y pensaba: "Tú me dices que el día que mueras… y sólo sé confiar en Dios. Él sabe lo que necesito, ¿por qué pensar lo contrario, o desconsolarse sin una razón aceptable?. Si al menos es la moto lo único que me une a ti, yo te la sacaré cuantas veces quieras. Confío en que todo vaya a desembocar en nosotros". También comencé a entender el por qué de las indirectas, pero nunca llegué a comprender el por qué. Incluso hoy siguen siendo un problema. Cuando había algo que no hacía o lo hacía mal, me decían que era culpa mía y yo respondía: "Pensé…", o algunas otras. Entonces, sobre todo papá, exclamaba: "¡Ves!. Lo reconoce". O también oír eso de "¡Lo cree hacer todo bien!", "¡un dios!", etc.

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