Me decía: “No discutas. Tranquilo. Ahora te bañas, aunque ella se te coló porque dijo que iba a poner en remojo un chándal, y seguramente se estará bañando: tranquilízate, ahora te bañas y no le dices nada. Para otra vez, no confías en ella. Además, ¿qué importa?. Se tuvo que encender el agua caliente para ella, ¿y qué?. Es papá quien la paga. Tal vez le duela más porque no le terminas de entender del todo. No importa, tú procura no enfadarle”. Lo intenté, si, lo intenté, pero no pude. Nunca puede resultar bien, no pude resistir el impulso. Pero sí es verdad que las primeras palabras fueron tranquilas. Lo que más me irritó fue que ella se riera, quería pasar como… sentía que se estaba riendo de todos. Y yo tengo que seguir callado. ¿Cuándo terminará?. No me parece que sea cólera. Me falta tranquilidad. Este es un ambiente demasiado tenso, y cualquier roce es suficiente para hacerme estallar. Y entonces repiquetea en mí el terrible conflicto de los veintitrés años. Y siempre le veo riendo. No sé qué me pasa. Tanto callarme me va a volver loco. Tampoco quiero ser un señorito. Me acuesto después de bañarme, porque me parece que si pongo las sandalias, mancho los pies y las sábanas. Y eso le carga a mi madre. A veces me siento a escribir. Si, es verdad, pero no es toda la tarde, un poema son quince o treinta segundos, y todo ese tiempo que escribía a escondidas, y gastaba horas y horas, o también horas sin hacer nada, decían que era perder el tiempo, y yo sentía que lo necesitaba para esa tranquilidad. Ahora que ya me dijo que aquellos poemas le habían gustado, y que eso lo podía hacer en el tiempo en que hubiera sol, después de comer ya no ocupo tanto tiempo a escondidas, sólo algún poema; el otro día estuve pasándolos a limpio en la cocina, y pasó varias veces mi padre. Me sorprendió, porque en esos momentos me asustaba mucho pero no me dijo nada. Pero supongo que debo seguir intranquilo por algo. Grabar canciones no creo que sea, porque aunque muchas veces lo intente y tenga miedo de que me vean, lo guardo para cuando empiece a quedarme solo. Un poco creo que puede ser el no poder oír nunca, no sé si debe ser así como se debe expresar. Estaba haciendo un cesto y me empecé a poner de malhumor. Sólo porque no me salían las cosas como yo lo había imaginado. Después, mamá, vi su buena intención, pero no me parece bien ese modo.
Ahora puse una cinta, tiene esa canción que
tanto me gusta. Cuando la pasé una noche con Quico no sabía en qué cara estaba.
No sé si la veré ahora, pero necesito tranquilizarme. “La música amansa a las
fieras”: si, tal vez ésa sea la definición más correcta de mí en este momento.
No sé montar mi enfado en ninguna historia, mi enfado por mamá, etc…, no sé
cuál más, todo lo que pienso quiere descargarse contra Malena; siempre termino
pensando, aunque sea inconscientemente “Bah, olvídalo”. No sé qué me ocurre. En
verdad, para lo que me ocurre debo ser un chaval con suerte. Entonces, ¿qué se
mezcla en mi camino?. Todo parece reírse de mí. Soy un niño atemorizado con
cara de mayor. A veces se me ocurrió pensar que tenía celos de Malena, porque
es la preferida y se desenvuelve la lucha de ella y yo. Y no sé si eso puede
tener también la culpa. Muchas veces son las gallinas las que caldean el fuego.
Hoy, cuando estaba viendo la tele, me llamó mi padre enfadado porque había una
fiera. Y resuena la voz de mi madre. Entonces, mi padre se enfada más. Yo
tendría ganas de echar la casa por la ventana. Pero no. También pienso que hay
que seguir al pie del cañón. Con el brazo firme. La postura de ánimo. Se acabó,
me decía mi hermano que tenía la luz de la mesilla encendida. Si, se acabó,
cuánta razón tienes, pero sólo se puede acabar por hoy. A partir de ahora, sólo
le quedará el poder soñar con el mañana. Y saber que ese mañana le llegará
cuajado de bellas esperanzas. Por la mañana, Teresa y, por la tarde, Bety y
Susana. Tan cierto no está, pero es una esperanza que, aunque se retrase varias
semanas, siempre será mañana cuando llegue. La vida quiere cobrarse todo el
esplendor que hay en sus ojos, y yo quiero que se lo cobre así, inocentemente,
sin querer que haya malicia, como un ánimo para que nunca haya y, aunque se
sienta cercado y hundido en ella, que no crezca y se vaya debilitando. Hoy
domingo, dudé en la misa, pero al final fui a hablar con el sacerdote. Era
nuevo, me animó a vencer la timidez y a combatir con ilusión. El palabra de
Dios, es una quimera, y yo necesito tiempo para ir olvidándolo. Creo que es el
tono el que me atemoriza, pero hay que luchar. Va a haber un viaje a Fátima.
Bueno, irán Teresa y Julia. Lo pasaré bien. Sólo con Quico. Mis chistes. No me
dará miedo a leer algún poema, según como esté de ánimo.
Las firmas, siempre con la misma historia. No,
no es así, cada una es una historia. Nueva cada vez. Y he de ir amontonando más
y más. Un día me quedarán muchos pequeños granitos por recoger. Y sonreiré
mucho más claramente cuando pueda decir que estuve yo presente en cada uno. Y
hallarme sonriendo, atado de una de esas perlitas que compusieron mi ser de
aquellos tiempos. Si, cada una es una historia, ¡si supieras la cantidad de
sueños que anidan en cada una, y el camino que tomaron desde que apareció una sonrisa,
me parece que a ti tampoco te importaría venir a formar parte de ella. Pues
alégrate, porque estaba guardado el sitio para ti. Ahora es cuando se cumple el
final de esa historia.
Cuando llegué de Vilariño, me dije que le
preguntaría a mi madre cuándo se iba en el viaje a Roma, porque el suyo era a
finales de Septiembre y a Fátima se iba a principios de Octubre. El suyo se
había adelantado una semana. Y se lo pregunté. Pero era al contrario, el
nuestro se había atrasado una semana, pero ella marchaba el lunes. Se enfadó,
yo lo había hecho porque no quería romper el lazo de que tal vez por cualquier
cosa pueda abrirse un diálogo. Y si no es un diálogo, son unas palabras. Pero
se enfadó. Me dijo que lo que le dolía era que no empezase a ser un chico de
verdad. Me marché de allí, pero eso me hizo pensar. No había dicho ni la
primera palabra cuando murmuré: ¡Bah!. Déjalo. No importa. Quico me parece que
se preocupó un poco porque observó que cuando levanto el brazo izquierdo por
delante, llevo un poco el cuerpo. Hoy, cuando me pongo a pensar, me parece
buena la idea de ir trabajando poco a poco con él, que puede ser quizás cuando
me acuerde. Todo el escribir es escapar de la rutina que fuerza la existencia.
Se puede escribir de muchas maneras. Cuando está todo tranquilo, creo que es
cuando mejor vivo la vida. Puedo hablar con Malena, bueno, procuro relacionarme
poco con ella, a veces se cruzan algunas palabras, tengo miedo por dónde puede
salir, pero me parece que también la noto bastante tranquila. Eso es lo que me
pone de malhumor, porque también la riña se extiende varios minutos, y cada
segundo pesa como si fuese una vida.
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