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Con estas palabras os doy la bienvenida y mi mayor agradecimiento a vosotros que sois los que hacéis posible que este blog se mantenga activo y vaya renovándolo cada poco tiempo. Mi deseo es que el contenido de este blog os aporte diferentes emociones y sentimientos. Un abrazo cariñoso también a todos los que estáis ahí y formáis parte de esta poesía y a todos los que quieren también formar parte de ella, a las nuevas incorporaciones: un abrazo de bienvenida a todos ellos



lunes, 29 de agosto de 2011

Y suben la montaña



  Y suben la montaña intrépidos jinetes cargados con antorchas,
conquistan a su paso un pueblo valeroso, un pueblo gladiador;
ahora son las sombras de fuegos encendidos
que siembran a su paso las tristes desventuras de un loco corazón.

-2011-

Amiga soledad



Habitas en mi,
como apacible amante,
y con tu manto me envuelves,
me reconfortas y acompañas.

En el aire estas,
En la mirada del mendigo,
En la oscuridad de al noche,
En la quietud del mar,
En la calma de viento.

Amiga amante en mis horas vacías
Tú que estas,
En la senda de peregrino,
En la celda del condenado,
En el lecho del enfermo.

Amiga, compañera, de días sin sol
De noches sin luna
Tú que te escondes,

En la triste mirada,
En la palabra no dicha,
En el golpe asestado.

Amiga que siempre estas ahí
Esperando en la penumbra,
Tú que resides en el desamor

Tu qué estas en el abandono
Tú que eres el inhóspito desierto
Tu, que cuando nadie llega, estas ahí
Amiga soledad….


Un día, oí

 de Quico, de algo que creo que me dijo, que muchas veces ellos utilizan la mentira para sacar la verdad. La mentira, por la que yo tenía miedo y les consideraba tan justos; esa mentira que, si te veían indispuesto, se grababan. Alguien, a veces, iba al armario a coger algo. Quedaba yo como el culpable, me quedaba solo. Al principio, me gustaba tomar mantequilla con la leche, y tomaba. Y se empezaron pronto a molestar, así que me dije, igual que el bañarme. A partir de hoy, pan sólo. Pasaron días antes de que me volviesen a echar la culpa, pero volverán. Y yo me quedaba callado. Cuando me preguntaban por qué me callaba algunas amigas, yo les decía que a alguien le ayudaría.
  A mí ya me animaban ellas, una necesidad que no merecía olvidarse por nada del mundo. El otro día, volvió a decir ella que era yo el que devoraba la mantequilla. Estaba mi padre delante. Y le dije aquella historia. Se callaron.
  De todo, de quien primero aprendí a pasar fue de la gente. Mi madre me había dicho que la gente era muy cotillera. Eso me hizo comenzar a considerarme diferente. Mis poemas, mis amigas, y cultivé esa nueva faceta. Yo tenía que diferenciarme de todos. Así debía comenzar a vivir yo.
  Tal vez me enfadaba mucho lo que decía mi madre de que el ruido del baile dañaba mi cabeza, me aturdía.  Comprendo que lo dijera pensando en mí de una forma, pero no le entendía. Me gustaría que me lo preguntase. Creo que fue en una riña cuando le dije que debería preguntármelo. No sé si fue ese día u otro cuando me lo preguntó. Le podía decir muchas cosas: era otro mundo, tal vez el que podía completar mi forma de ser. Había conocido a muchas chicas, y ellas se podía decir que eran mis enclaves para bailar si me sentía desafortunado. Podían haberme llamado plomo, pienso ahora, aunque me enfadara si así lo hicieran, en aquellos momentos tomaba los días como nuevas vidas. Creo que era mi lucha contra aquella tentación. Y cada domingo era una nueva vida más especial aún, pues debía resumir toda la semana. Supongo que era verdad y debía ser verdad eso que me decían muchas amigas de que no todos los días iban a ser felices. Para mí lo eran, siempre había guardado algún detalle. Me animaba mucho el pensar que Dios seguía estando conmigo. Entonces, ¿cómo podía pensar que debía tener la razón mi madre?. Ahí llegaba un punto que sí que me trastornaba. Me inclinaba más por la felicidad. A veces, también escribía poemas allí. Si me aburría, o pasaba un largo rato sin hallar a alguna, tal vez la historia que más recuerdo es la que me sucedió un domingo. Había conocido a la chica que me había enseñado a bailar, Ana, pero eran uno o dos domingos después, y sólo recordaba que tenía las cejas y el pelo moreno, y éste le llegaba al cuello. Ese día vi a una chica por la espalda bailando con un chico. Para mí que era ella, después bailaría conmigo. Y esperé.

 Terminó la música y fui hacia ella. "Hola, Ana". No era ella. Me sentí muy mal y fui a un banco a escribir. Un poema que hablase de Ana y la esperanza de que ella estaría allí. Y bajé. A la primera chica que vi, necesitaba convencerme de que era verdad y busqué a Ana, y la encontré. No todos los días sucedían cosas así de bellas, pero cualquier detalle era preciso para alegrarme, aunque fuese el último cuarto de hora. No obstante, algún día lo pasé mal, pero supongo que fueron poquísimos, porque cualquier cosa bonita me lo hacía olvidar, aunque fuese un poema. Y pienso que tenía aún muchos para escribir.


martes, 23 de agosto de 2011

Campos verdes, verdes sueños


Campos verdes, verdes sueños,
verdes sueños, letras verdes,
palabras que se hacen versos
y versos que se hacen duendes.

Versos blancos, blancos versos
que se agolpan en su frente,
que escriben cuando el mundo calla,
que callan cuando el hombre miente.

Que a tientas pregonan las sendas
y el mundo vierte en sus aguas,
campos verdes, primavera
que el tiempo riega y descalza.

Hoy quisiera equivocarme
al juzgar con mis palabras…
versos que saben a cobre,
cobre que me sabe a nada.

Hoy quisiera comprender
que, al buscar en su templanza,
un silencio que sea dios,
un dios: la madrugada.

Que cada palmo del camino
que mi ser recorre y vaga,
descubra en el alma un río.
arroyo de aguas claras.

Campos verdes, verdes sueños
que tiñen de azul la montaña,
una gaviota se acerca
para mezclarse en sus algas.

Hoy el monte se ha hecho grande
y el río un mar de plata,
pero mi sueño sigue siendo
sentir lo que siente su alma.

Su alma verde, verdes campos
que a las nubes se declaran;
allí los duendes secretos,
allí sus coquetas faldas.

Que el hombre puebla de orgullo,
que orgullo llena de mapas,
ya no laten en él los mundos,
ya no sueñan allí las barcas.

Campos verdes y desiertos,
cálidas aguas sagradas,
salva el verso que escucha…
siente el verso que habla.

-2011-

Hacía las cosas de casa, escribía


tal vez había días en que no salía, pero la principal razón por la que estaba así, no pasaba del todo, pero lo podía hacer, serían menos las dificultades, la principal razón era el inútil, el baboso, tú lo más que dijiste a veces fue inútil, pero dicho por ti me afectaba más. Además, no comprendía por qué escribir era perder el tiempo. Puede que fuese porque yo debía trabajar un poco más que los demás, ¿por qué no hablaste conmigo?, o porque querías enseñarme algo, ¿lo qué?. Sólo sé que muchas veces decía que tenía que guardar las cartas o lo que quisiera escribir para la mañana, porque me molestaba cómo os poníais cuando me lo veíais hacer. Y decía: No. Eso no os importa. ¿Por qué os va a importar lo que pienso yo?. Seguramente pensáis que yo soy como vosotros, cuando pequeños, ¿por qué entonces me convencisteis de que era y me había vuelto un niño?, ¿diez o más años menos?. Cuando hablaba con cualquiera, una de las palabras que consideraba más ciertas eran las tuyas. Y echaba siempre mano de ellas. Me gustaba estar a su sombra. Y me acostumbré a esa faceta y mis poemas se desviaron conmigo. Ya no sabía si era adulto, niño o viejo. Por una parte me sentía ya cansado de la vida. No le tenía miedo a la muerte. Pensaba que si algún día me encontraba en peligro de muerte, la acogería con mucha tranquilidad. Pero también me sentía muy niño, porque era lo que oía, porque era como reaccionaba.
Me gustaba ver que alguien hablase conmigo feliz y me volvía loco para hacerlo. Sin darme cuenta yo, aunque fuese sólo una palabra, a eso le llamaban hacer el tonto. "Si, filliño", siempre recordaba lo mismo. O decirle a mi madre cualquier cosa, que me hubiera pasado o hubiera inventado, cosas para hacerle sonreír. Te decía: "Mira los gatos", hacía algo curioso.
Pero lo hacía sólo para ti, para seguir viéndote tranquila. O verte sonreír. O, simplemente, alegre. Si hubiese podido decírtelo. Ahora se estaba alejando esa probabilidad. Claro que tenía una cara de asesino cuando estabas sentado a la mesa y, sin estar papá, te enfadabas porque había que echar los perros o cerrar el sótano. Siempre quería saber si todas esas riñas que hacía contra mí mismo, o esos comentarios, si, muchos eran sarcásticos- eran o no necesarios. Y siempre las indirectas. "Sería mejor…", "Habría que ir a buscar…".
Muchas veces, a lo mejor limpiando el sótano, me decías: "Lleva este bidón que está lleno de agua, pero vacíalo un poco en ese cubo". Y lo vaciaba un poco. Pero un poco y quería llevarlo menos pero casi lleno. Tú me chillabas: No. Vacíalo más porque así no puedes. Vacíalo un poco más. Yo lo vaciaba pero cuando salía a vaciar el agua a la hierba me decía: Ahora nunca sabré si podía o no vaciarlo como yo quería. Cuando riego, lleno el cubo más aún y recorro más espacio. Y a veces no vacío nada por el camino, o poco, pero ahora ya no sabré si podía o no hacerlo. En aquel momento estaba convencido que si. Teníais muchas formas de lanzar las indirectas. Cuando marchabas a Ramallosa y, tal vez, decías una, al mediodía encontrabas que no la había hecho. Cuando la hacía, bastantes veces ni te fijabas en ella y no me decías nada y, si no la hacía, había podido ser porque no te había entendido o, entre otras cosas, no me había dado tiempo. Pero siempre esperaba que me preguntases algo. No, tú decías que esperaba que te marchases para sentar el culo. Y no era verdad. No sabía contestarles. Poco a poco fui aprendiendo.

lunes, 8 de agosto de 2011

Te di un beso en los labios


Te di un beso en los labios y al instante
me quedó tu ausencia impresa en los míos,
atándome.

Y de lo que sentía
prendí mi vida, de unos besos tan tiernos
y dulces,
casi místicos. 

Te besé en la frente y de tu ser
extraje
algo más que mi tiempo…

y buscaba el universo en mis labios;
en los tuyos
un pedazo de mí mismo.

Muchas veces hacía algo que yo creía...

que estaba bien para todos y mi padre me lo criticaba. Entonces yo decía: la mejor forma de mandarte a la mierda es no decirte nada y dejar que tú lo reconozcas por ti mismo. Debe ser por tu misión de padre, por la que te encuentras tan serio. ¡Bah!, déjalo. Total, ya se dará cuenta. No es que yo no reconocía mi error, sí lo reconozco y vosotros lo debéis de saber muy bien porque me conocéis. Sabéis que para la próxima me esfuerzo en no caer. Creo que me estoy volviendo loco y diré siempre que la culpa ha sido vuestra. Bueno, que es mejor cambiar ahora. No queréis pensar que lo puedo hacer por vosotros. Una vez me dijiste, hablando de la familia, supongo que sería eso: "Tuve que elegir y creo que elegí mal. Ahora vuelvo a reparar el valor de aquellas palabras. Por las mañanas, solía hacer dos, tres o cuatro camas, pelar patatas, coger algo para los animales y combinarlo con escribir un poco. Siempre lo mismo. No era monótono, porque el ritmo lo marcaba lo que tuviese que escribir. En una convivencia, dos José Carvajal, me gustaba confesarme con él, me decía que rezase, que pidiese y, sobre todo, que la vida era mía. El problema mío no debía tener tanta importancia. Además, no hablé de él mientras paseaba conmigo.
Lo de mi madre, que problemas siempre había, aunque también debía de poner un poco de ilusión en arreglarlos, pero había otros muchos valores que debía poner en práctica: respeto, obediencia, etc. Debía seguir cultivándolos, no enfadarme con ella por no encontrar una respuesta inmediata. La misma solución no iba a ser inmediata, pero la grandeza debía residir en buscarla sin olvidar aquellos valores.
Me gustaba hablar con muchas amigas, aunque al llegar a casa tuviese que inventar algo. Me acordaba de las palabras de mi madre, pero me daban pena, yo parecía un cruel con todas ellas, sin embargo, intentaba poner toda mi voluntad en ello. Una tarde, mientras sembraba unas flores, le oí comentar conmigo: "Los sacerdotes me dicen que te pregunte y que tenga paciencia. Yo no sé qué hacer contigo". Y me marché de allí, murmurando. ¿Tú crees que el diálogo es sácame la moto, o déjame quitarte algo o, incluso, cuando están todos en casa, decir que hay algo que hago bien?. No, yo tengo muchísimas cosas más importantes que todo eso. Otras veces, hablando con Isabel o incluso con papá, les dices que soy un guarro, que no me lavo. Si, y eso también tiene una historia. Cuando estaba en Murcia, y no encontraba lugar entre todos los chicos que había allí, observé que, al salir de la habitación de los chicos por la mañana, había que hacer cola, y a todos les gustaba ponerse el primero de la fila o pronto para salir e, inconscientemente, fue lo que asimilé. Eso me hizo pasar poco tiempo por el baño, y todo eso. Pero ahora me doy cuenta, como tú dices mucho, que no te gusta que no nos lavemos. Y empecé a bañarme más. Un día, hablando conmigo, una mañana, me dijiste que ya no aparecían las sábanas tan sucias, síntoma de que me lavaba más. ¿Es que ahora te has vuelto una hipócrita?. Una vez, de esos días que me solía bañar todos, me dijiste: necesito entrar y tienes que bañarte tú todos los días. Ese día pensé que no era bueno hacerlo todos por esa razón. Te molestaba que cerrase la puerta con pestillo, pues muy bien. A veces la dejaba abierta y comencé a intentar hacerlo todos los días. Pero tenía muchas visitas, no podía bañarme en paz, luego venías tú diciendo…
La cerraban todos. Además, si no la cierro ¿qué?, se extendía el olor, ya sé que era malo, me lo echabas en cara. A todo se juntaba el problema de las gallinas. Mucha culpa de lo que había en ello era mía, porque tal vez no las visitaba tan frecuentemente. Pero, cuando las recontaba, pensaba llevarles algo. Siempre que veías fuera alguna, decías que ponía fuera. Pero yo ya no podía estar todas las mañanas pegado a la ventana, como hacía al principio.